La balada de los errantes: Capitulo 4 Aethelgard
- Ciaran. D'ruiz
- hace 5 días
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“El hedor de la burocracia es más penetrante que el incienso de la Iglesia. Las palabras no muerden, pero sus consecuencias se visten de seda y te ahogan en leyes. En la capital imperial, la espada es un adorno que se espera que el guerrero olvide; pero la traición… la traición siempre encuentra un buen sastre.” — Fragmento hallado en el cadáver de un viajero, en los alrededores de Aethelgard.
Apenas con el primer canto de la mañana, el puerto de Aethelgard ya rugía al ritmo del dinero. La marea traía consigo más voces que olas: pregones, insultos, cánticos y el tintinear de monedas que parecían marcar el compás del imperio. Las velas de los barcos ondeaban como estandartes del comercio, y el aire estaba tan cargado de especias y humo que hasta el mar olía a codicia. Ragnar fue uno de los primeros en poner pie en el muelle. Sus botas resonaron sobre la madera húmeda y, con una sola mirada, su rostro se endureció. Aethelgard era todo lo que despreciaba: un hervidero de hombres que nunca habían empuñado una espada, pero sabían cómo hundirla con palabras. Cada esquina respiraba burocracia, cada mirada tenía precio.
El isleño se ajustó el abrigo de viaje, tratando de ocultar la incomodidad que le provocaba el perfume de la ciudad: ese olor dulzón a incienso, sudor y oro viejo. Para un hombre nacido entre hierro, sal y humo de hoguera, aquel aire era una prisión vestida de seda. Llegando a quedarse quieto por un instante, al ver a una noble con un vestido demasiado voluminoso para su gusto, que parecía sacarle el aire, por su constante uso del abanico, usando el mismo para señalarle algunos empleados donde llevar varias cajas de especias. Al verla de arriba hacia abajo, pensó que no existían mujeres feas, pero al ver su rostro rechoncho, con un maquillaje excesivamente vistoso y contantes ladridos, se preguntó que tan cierta era esa idea.
Bajó la cabeza y fingió ser uno más. Un mercader de pieles. Esa era su máscara y debía de llevarla si quería volver cuanto antes a Agatha. Siendo en sí mismo, el único motivo por el que aceptaba agachar la cabeza. Primero se aseguró de llevar bien atadas las pieles que traía consigo, las cuales portaba en la espalda en una bolsa de arpillera repleta de nudos y cuerdas para sostenerlas.
Las cuales, le parecían mucho más fáciles de comprender, que todo lo que le rodeaba. Incluso, llegaba a impresionarse del cómo Andreus había encargado a Lazkel buscar verdaderamente pieles provenientes de Aett y curtirlas antes del viaje. Al llevarlas, no pudo evitar pensar en su tierra, la misma que había ignorado desde hacía años, luego de haberse marchado, ahora era en lo primero que pensaba estando en el imperio. Sobre todo, recordando la caricia de los inviernos, los cuales se aseguraban de moldear el carácter y la muerte, era un huésped familiar. Algo que con tan solo ver a su alrededor, se aseguraba así mismo que les hacía falta, el salir al mundo y alejarse de lo que aquí, era un simple trámite. Uno donde los hombres se arrodillaban ante sellos y decretos más que ante los dioses.
Mientras avanzaba por el barrio mercante que unía el puerto con las puertas de la capital imperial, Ragnar se obligó a mantener la postura recta y el paso medido. No debía destacar. Pero su tamaño, su barba trenzada y su mirada endurecida por la guerra lo delataban. No había recorrido ni cien pasos cuando dos guardias, envueltos en capas bordadas con el emblema del Imperio, lo interceptaron. Llevaban la arrogancia en el porte y el hambre en los ojos.
—Detente, forastero —dijo uno, con una sonrisa que olía a soborno—. Los mercaderes deben pagar el impuesto de entrada.
Ragnar los observó en silencio, midiendo el peso de sus palabras. Llevaban los uniformes de forma desarreglada, como quien ignora el valor de lo que conlleva portar una armadura. Llegando a verse sucios e inconformes. Las espadas envainadas eran lo único limpio de sus vestimentas. El rojizo del metal con sus líneas doradas se veía oxidado, repleto de polvo y suciedad, inclusive sus capas, mal puestas sobre sus hombros, solo le recordaban a la imagen de una cortesana que tapa aquello que ya se ha visto.
— ¿Por qué? — Pregunto con un tono áspero y amargado.
— ¿Puedes creer lo que este está preguntando? — Añadió el primer guardia con un torno burlesco a su compañero. —Es para cuidar el paraje, no podemos dejar que cualquier tipo de gentuza entre a la capital. A nuestra amada capitán. — Sonrió el guardia, enseñando una hilera de dientes amarillentos.
— Lo que tú mandes. — Agrego el segundo guardia, con las manos posadas en la espada.
— Así que, si no quieres que te mandemos de regreso al navío de donde saliste. Será mejor que desembolses si quieres entrar a la ciudad errante.
Ragnar apretó la soga que usaba para cargar las pieles. En lo que miraba de un lado al otro, antes de concentrarse en los guardias. En su mente, ya había ideado diferentes formas de acabar con ambos antes de que alguien se diera cuenta. Tan solo le bastaba dar un par de pasos para golpear al primero, por la sorpresa el segundo se demoraría en reaccionar y sería suficiente para tomarlo con ambos brazos y en un solo movimiento, dejarlo en el suelo junto a su compañero: — ¿Y bien, extranjero? — Volvió a preguntar el guardia, pero ahora acercándose lo suficiente al isleño, de forma que este alcanzo a oler el licor en su aliento.
El isleño no reaccionó ante la provocación, llegando a generar que entre los guardias, se vieran por un instante: — ¿Será que es tonto, este? — Hablo el primero, antes que el segundo interrumpiera. — Apuesto la cerveza de esta noche, que se ha cagado en cima. — Aunque una breve risa emergió entre ambos, sus miradas se mantuvieron fijas en aquel hombre que poco o nada parecía importarle la situación. Hasta que luego de enseñar los colmillos y con una voz amenazante, pronuncio.
— ¡Será mejor que os larguéis de mi camino, perros imperiales! ¡He visto borrachos con mejores modales y dignidad que ustedes dos! — El rugido de Ragnar resonó por el puerto igual que trueno en tormenta lejana. La mano ya no descansaba sobre la cuerda de las pieles, sino que se había deslizado hacia el costado, donde bajo el abrigo reposaba una de sus hachas. — Esperaba más de la guardia de la supuesta capital, pero solo sois …
No comprendió de donde provino la frustración, de si provenía del viaje. De la fatiga de haber dormido poco y amenazada mucho o, en cambio, si no, de la poca tolerancia que sentía ante hombres de armas que se comportaran como piratas. Al hacerlo, solo volvía a pensar en su hogar, en lo que le harían a hombres que se comportaran como ellos, pero no era su hogar y ellos no eran isleños.
Los guardias retrocedieron medio paso, sus manos volando instintivamente a las empuñaduras de sus espadas. El primero, cuya sonrisa había desaparecido, mostró los dientes en una mueca que era más miedo que amenaza. Pero ante el orgullo herido y las miradas puestas en ellos, no dudo en desenfundar el inicio de su espada, en un intento de retomar el poder que había perdido.
— Cuidado con lo que dices, salvaje — siseó, aunque su voz temblaba ligeramente---. Un extranjero puede desaparecer fácilmente en Aethelgard. Nadie pregunta por los que caen al mar. O desaparecen entre sus callejones. Así que te recomiendo que muestres la bolsa e ignoraré ese insulto.
Ragnar dio un paso adelante, aunque era, en parte, menor de estatura, su sola presencia era suficiente para hacerlo estremecer. En ese instante, el puerto pareció enmudecer. Los mercaderes más cercanos se apartaron, creando un círculo de expectación. Algunos apostaban en voz baja e intercambiaban miradas sobre que hacer a continuación, en lo que otros ignoraban la escena. Bajo el pensamiento de — “Si no involucra oro, no importa” — El isleño podía sentir la sangre pulsando en sus sienes, el viejo instinto de batalla despertando como una bestia hambrienta.
—«Un golpe»—, pensó. — «Solo uno para romperle la nariz al primero. El segundo dudará y avanzaré. Puedo estar en la ciudad antes de que»…—
—¡Ah, aquí estás!
La voz cortó la tensión y con su tono teatral, capto la atención de los presentes, antes que una mano se posara sobre el hombro de Ragnar con familiaridad estudiada, el peso justo para ser reconfortante sin ser condescendiente. El isleño giró la cabeza bruscamente y se encontró con un hombre de mediana edad, rostro enjuto, pero de mejillas sonrosadas, vestido con un delantal de cuero fino sobre ropas de mercader próspero. Su cabello castaño, salpicado de gris, estaba peinado hacia atrás con aceite perfumado que olía a romero y naranja. Llegando a provocar que Ragnar arrugara la nariz ante ese aroma.
—Disculpen el retraso, estimados guardias — continuó el desconocido, su tono perfectamente calibrado entre la autoridad y la cortesía —. Este hombre viene conmigo, por invitación personal del Gremio de Peleteros. Supongo que el Capitán Valerius ya envió la notificación correspondiente sobre su llegada, ¿verdad? — Y con aquella misma actitud, presento una sonrisa perfectamente alineada junto a una hilera de dientes brillantes como perlas.
Los guardias se miraron entre sí. El que había hablado primero tragó saliva, sus ojos moviéndose entre Ragnar y el recién llegado. Llegando a bajar la mirada y enfundando su espada ante el nombre del capitán. — Yo... nosotros no... — balbuceo al responder antes de toser y poner la espalda recta ante el hombre y retomando aquel aspecto formal que, hacía unos instantes, era imposible de considerar real.
— ¿No recibieron la notificación? — El hombre chasqueó la lengua, sacudiendo la cabeza con una decepción teatral antes de rechistar. — Qué extraño. El Capitán Valerius es tan meticuloso con estos asuntos. Maestro Ferrick, del Consejo del Gremio, estará muy disgustado al saber que sus invitados son acosados en el puerto. Especialmente cuando traen pieles tan excepcionales como estás.
Se giró hacia Ragnar y le dio una palmada en el hombro, como si fueran viejos amigos. Y con la otra mano, presentando las pieles que traía consigo. Aunque el isleño se tensó ante el contacto, y la forma en presentar la mercancía hicieron que estuviera listo para golpearlo, no lo hizo, cuando noto en la mirada de aquel hombre, un ruego casi imperceptible, una advertencia en la manera de mover la cabeza. Que le hizo contenerse.
— Maestro Varen — murmuró el segundo guardia, su postura cambiando sutilmente. Ya no era la arrogancia del matón, sino la incomodidad del subordinado descubierto —. No sabíamos que …
— Por supuesto que no sabían — interrumpió Varen con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos —. Por eso estoy aquí, para asegurarme de que nuestro estimado visitante llegue sin contratiempos. Ahora, si nos disculpan, tenemos asuntos que atender. Además, ¿Qué tipo de comercio seriamos, si todo aquel que entra es anunciado por la puerta? — Hizo un gesto a los presentes con una mano, como un orador ante su público. — ¿Dónde se encontraría la dignidad en los negocios, si cualquiera pudiera ser afectado tan fácilmente? —
Sin esperar respuesta de un público que comenzó a desviar la mirada o comenzar a caminar a otro lado, Varen tiró suavemente del brazo de Ragnar, guiándolo lejos de los guardias confusos que se vieron entre sí antes de notar la existencia del poco público que aun los observaba. El isleño dejó que lo condujera, aunque cada músculo de su cuerpo protestaba contra la retirada. Caminaron en silencio durante varios pasos, alejándose del puerto hacia las calles empedradas que marcaban la entrada al barrio mercantil.
Un lugar repleto de colores, aromas y sonidos que le era imposible captarlos todos en su totalidad. Aunque los colores rojizos, dorados y verdes, resaltaban en todas direcciones, en especial en las tiendas o pinturas expuestas en las calles. El ruido del intercambio del dinero entre manos, las voces enfrascadas en una apasionante negociación o un profundo silencio de contemplación ante un objeto novedoso, era la imagen que podía verse en cada lado.
Cuando estuvieron lo suficientemente lejos, Varen soltó una risa breve, casi nerviosa.
— Por todos los santos, pensé que ibas a matarlos allí mismo — dijo, limpiándose el sudor de la frente con un pañuelo bordado —. Los músculos de tu cuello estaban tan tensos que parecías a punto de explotar.
Ragnar se detuvo en seco, obligando a Varen a hacer lo mismo. Lo miró con ojos entrecerrados, evaluando.
— ¿Quién demonios eres?
— Varen. Maestro Peletero del Gremio de Artesanos del Cuero — respondió el hombre, haciendo una reverencia exagerada que bordeaba la burla —. Y tú debes ser el famoso mercader de pieles que mi … Digamos, nuestro mutuo conocido me pidió recibir. — Siendo con estas palabras, que una nueva sonrisa se extendió en el rostro del mercader.
Ragnar no respondió de inmediato. Estudió al hombre de la misma manera en que se preparaba para una cacería en el bosque: la forma en que sus ojos se movían constantemente, evaluando cada sombra y cada rostro en la calle; cómo su mano derecha descansaba casualmente cerca de un cuchillo oculto bajo el delantal; la cicatriz casi invisible que recorría su mandíbula, mal disimulada por la barba recortada. Este no era un simple artesano ni un mercader cualquiera. Llegando a originarle la duda, de porque Andreus elegiría alguien así.
— Debo ir al Gremio. Ahora — dijo Ragnar, dejando claro que no era una solicitud.
Varen lo miró con genuina sorpresa, luego soltó una risa que sonó sincera.
— ¿Ahora? Amigo mío, si llegas al Gremio de Comerciantes a esta hora, encontrarás las puertas cerradas y a un portero que te dirá que vuelvas después de la segunda campana del mediodía. En Aethelgard, incluso la urgencia debe esperar a que el Maestro Ferrick termine su cordero asado y su copa de vino Valathian.
Ragnar apretó la mandíbula. En Aett, los asuntos importantes no esperaban por comidas suntuosas ni invitaciones formales. Un hombre de palabra cumplía sus promesas con la rapidez de una tormenta de invierno, no con la parsimonia de un noble acomodado. Rechisto, pero ante la mirada de Varen, comprendió que la fuerza no sería suficiente. No eran sus tierras, ni sus tradiciones, y eso, era suficiente para sacarle de sí mismo.
— ¿Cuánto? — preguntó entre dientes.
— Dos horas. Tal vez tres, si está de buen humor y decide discutir política con los otros maestros.
Varen extendió una mano hacia la calle principal, donde el flujo de gente aumentaba con el avanzar del día. El sol ya estaba alto, y el calor comenzaba a elevarse desde las piedras, creando un aire denso y perfumado que a Ragnar le resultaba sofocante. Sin contar el murmullo de los mercaderes, del constante va y ven de sus gentes. Era una tierra extraña que solo le recordaba que no sería bienvenido.
— Ven. Conozco un lugar donde el tiempo pasa más rápido con buena cerveza. Además — añadió con una sonrisa astuta —, necesitas aprender algunas cosas sobre cómo funcionan las cosas aquí si no quieres meter la pata en el Gremio. Los mercaderes de Aethelgard son como serpientes: parecen dormidas hasta que intentas pisarlas. Incluso, si llegas a … Extender tu estadía a otras áreas de la capitán, ten por seguro que necesitaras saber a donde acudir, esta no es tierra para extranjeros me temo.
Ragnar quiso rechazar la oferta. Cada instante perdido era un instante que su hermano permanecía en peligro. Pero la lógica — esa voz molesta que sonaba demasiado parecida a la de Andreus — le recordó que llegar al Gremio y ser rechazado sería perder aún más tiempo. Y aunque lo odiara, aceptaba que el mercader tenía razón en algo. Esta no era tierra para alguien como él -
— Está bien ---gruñó finalmente —. Pero si me estás mintiendo sobre el horario juro que...
— Créeme, ojalá estuviera mintiendo — Varen interrumpió con un gesto noblezco, antes de comenzar a caminar, gesticulando para que Ragnar lo siguiera —. Pero las tradiciones de Aethelgard son más inquebrantables que las murallas del palacio imperial. Incluso la guerra esperaría si interrumpiera el almuerzo del Consejo. Nadie quiere generar una guerra, contra los principales proveedores del reino, su riqueza es suficiente para sostener una guerra de desgaste, hasta que su rival muriera por su propio peso.
Ragnar nunca había estado en Aethelgard, por lo que, aunque en su caminar era tosco, tomo la oportunidad para conocer una región que solo había oído por las historias de los bardos. Al menos, si tendría que quedarse un tiempo, aceptaría aprender cuanto pudiera, recordando aquellas historias que cantaban sobre su magnificencia, los mercaderes sobre su riqueza, los soldados sobre su invencibilidad.
Pero ninguna historia lo había preparado para la realidad.La ciudad era un laberinto de contradicciones. Las calles principales estaban pavimentadas con piedra pulida, tan lisa que reflejaba el sol como un espejo sucio. A ambos lados se alzaban edificios de tres y cuatro pisos, sus fachadas decoradas con molduras, balcones de hierro forjado y ventanas de vidrio emplomado.
Cada estructura competía con la siguiente en ostentación: aquí, una casa con columnas que imitaban el estilo de los antiguos templos; allá, otra con frisos dorados que representaban escenas de batallas que Ragnar dudaba que hubieran ocurrido jamás. Pero entre esa magnificencia se filtraba la podredumbre. En los callejones laterales, niños harapientos rebuscaban en montones de basura. Mendigos con extremidades mutiladas. De los cuales, al verlos de cerca, podía ver por la forma del muñón, si se traba de un castigo o un recuerdo de la guerra. Todos ellos se alineaban contra las paredes, sus manos extendidas, ignoradas por los nobles que paseaban antes de notar como los guardias aparecían con armas en mano y amenazas en boca para alejarlos de la luz de las calles. El olor era otra contradicción: perfumes caros mezclados con orina, incienso de las capillas con el hedor de carne podrida de los mercados.
Varen, ajeno o indiferente a la incomodidad de Ragnar, parloteaba sin cesar mientras caminaban.
— Mira eso — dijo, señalando una fuente ornamentada en el centro de una plaza. Figuras de mármol representando a los Siete Ángeles del Hacedor vertían agua cristalina desde jarras eternamente inclinadas —. El Acueducto de los Mil Pilares. Una maravilla de ingeniería que trae agua pura desde las montañas de Ervendal, a más de cincuenta leguas de distancia. Trescientos años funcionando sin interrupción.
Ragnar vio otra cosa. Vio al mendigo sentado a menos de tres pasos de la fuente, la mano extendida, la boca abierta en una súplica silenciosa. Los nobles pasaban junto a él como si fuera parte de la decoración. Una mujer con un vestido que probablemente costaba más que todo lo que Ragnar poseía apartó sus faldas al pasar, como si la miseria fuera contagiosa. El agua fluía, limpia e indiferente, mientras el hombre moría de sed a su lado.
— Una maravilla — murmuró Ragnar, sin convicción alguna. Aun manteniendo la mirada en aquel hombre.
Si Varen notó el tono, no lo demostró.
— Y allá — continuó, señalando una estructura masiva que dominaba el horizonte — está la Catedral de la Luz Eterna. Dicen que cuando se terminó de construir, hace doscientos años, el Sumo Pontífice declaró que era la obra maestra del Hacedor en la tierra. Puede albergar a diez mil fieles simultáneamente.
Ragnar observó la catedral. Era imponente, sí, con sus agujas que parecían querer atravesar el cielo, sus vitrales que brillaban como joyas gigantes, sus campanas cuyo repique probablemente se oía en toda la ciudad. Pero recordó las pequeñas capillas de Agatha, destruidas durante la guerra, donde la gente común oraba con devoción genuina en lugares que apenas podían llamarse edificios. Recordó a los sacerdotes que habían muerto defendiendo a sus feligreses, no escondidos tras muros dorados. Recordó los tiempos de reconstrucción de la frontera, que aun después de dos años, seguía intentando sanar.
— ¿Diez mil fieles? — preguntó Ragnar —. ¿Y cuántos mendigos pueden dormir en sus escalones antes de que los guardias los echen?
Varen se detuvo, girándose para mirarlo. Por primera vez desde que se conocieron, su sonrisa perpetua vaciló.
— Yo … bueno, eso es …
---¿Cuántos? ---insistió Ragnar.
— Ninguno — admitió Varen después de un momento —. Hay ordenanzas contra eso. Los mendigos deben ir a los albergues de caridad.
— ¿Y hay suficientes albergues?
Varen no respondió, lo cual era respuesta suficiente. Retomó la marcha, su parloteo ahora un poco menos entusiasta. Ahora, en su andar, terminaron atravesando plazas y mercados. Varen señalaba monumentos y edificios importantes: el Palacio de Justicia donde se administraba la ley imperial, la Academia de Artes donde se formaban los pintores y escultores que decoraban las casas de los ricos, el Jardín Botánico que albergaba plantas de todo el mundo conocido. Cada lugar tenía su historia, su importancia, su grandeza.
Y en cada lugar, Ragnar veía lo mismo. Opulencia construida sobre miseria. Belleza sostenida por explotación. Orden mantenido por violencia silenciosa. Pasaron junto a un grupo de guardias que arrastraban a un hombre encadenado. El prisionero llevaba el brazo derecho vendado torpemente, y Ragnar notó que le faltaban dos dedos. El castigo por robar, probablemente. Los guardias lo empujaban sin cuidado mientras la gente se apartaba, algunos con expresiones de disgusto, otros simplemente indiferentes.
— ¿Qué hizo? — preguntó Ragnar.
Varen ni siquiera se giró para mirar.
— ¿Quién sabe? Robar pan, tal vez. O insultar a un noble. O simplemente estar en el lugar equivocado.
— ¿Y nadie pregunta?
— ¿Para qué? — Varen se encogió de hombros —. La justicia imperial es eficiente. Si lo arrestaron, debió hacer algo.
Ragnar apretó los puños. En Aett, un hombre acusado tenía derecho a defenderse, a que su clan hablara por él, a que su historia fuera escuchada. Aquí, la justicia parecía ser lo que los guardias decidieran que fuera. Por lo que, aun si fuera por unos segundos, mantuvo la mirada en el cautivo, que fue llevado hasta el cepo, donde fue desnudado y puesto en la máquina, siendo expuesto ante todos los presentes. Los nobles aplaudieron a la guardia, pero quienes habitaba las sombras, solo lo observaron con horror.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad de calles interminables, llegaron a una zona donde los edificios eran más modestos pero mejor mantenidos. El olor a cuero curtido impregnaba el aire, mezclado con el aroma de aceites y tintes. Este era el Distrito del Cuero, donde los artesanos trabajaban su oficio desde tiempos inmemoriales. Desde la entrada, podían verse carretas repletas de cuerpos de animales, que eran transportados al interior de grandes almacenes, a trabajadores manchados de sangre o transportando las pieles de un lado al otro.
— Aquí es — anunció Varen, señalando una taberna cuyo letrero mostraba un odre derramando cerveza. El nombre, tallado en madera oscura, decía: "El Cuero Lleno"—. No es elegante, pero la cerveza es honesta y el dueño no hace preguntas incómodas. Suficiente para una estadía corta sin necesidad de interrupciones.
Ragnar observó el establecimiento con ojo crítico. Parecía sólido, al menos. Las ventanas estaban limpias, la puerta no colgaba de las bisagras, y el olor que emanaba del interior era el de una cocina activa, no de desperdicios acumulados. Era lo suficientemetne desente, como para hacerse una idea de que estaria bien entrar, aunque fuera por un instante, aun no olvidaba el motivo por el que estaba en aquel lugar.
— Está bien — gruñó, siguiendo a Varen al interior.
El contraste con el exterior fue inmediato. Dentro, la temperatura bajaba gracias a los gruesos muros de piedra. El salón era amplio, pero acogedor, con mesas robustas de roble y bancos que parecían capaces de soportar el peso de un gigante. Las paredes estaban decoradas con herramientas del oficio peletero: cuchillos curvos para despellejar, marcos de estirado, muestras de cuero de diferentes calidades. Era funcional y honesto, un lugar de trabajo que también servía de refugio.
Varios parroquianos levantaron la vista cuando entraron. Algunos saludaron a Varen con gestos de cabeza; otros simplemente volvieron a sus conversaciones. Ragnar notó que la mayoría tenía las manos curtidas y cicatrizadas del trabajo manual. Estos eran artesanos de verdad, no nobles jugando a serlo. Varen los guio a una mesa en la esquina, lejos de las ventanas pero con buena vista de la puerta. Ragnar aprobó la elección con un gruñido. Un hábito de supervivencia que Varen evidentemente compartía.
Una mujer de mediana edad se acercó, limpiándose las manos en un delantal manchado pero limpio.
— Varen, mi niño, hacía días que no te veíamos — dijo con una sonrisa genuina —. ¿Quién es tu amigo?
---Un mercader visitante — respondió Varen con facilidad —. Trae pieles del norte que podrían interesarle al Gremio.
La mujer estudió a Ragnar con la mirada experta de alguien que había visto toda clase de clientes.
— ¿Del norte, eh? Tienes aspecto de guerrero, no de mercader.
— Las pieles no se cazan solas — replicó Ragnar, sosteniéndole la mirada.
Ella soltó una carcajada que hizo temblar sus generosas formas.
— Me caes bien. ¿Qué van a tomar?
— Cerveza — dijo Ragnar —. La más fuerte que tengas.
— Dos — añadió Varen —. Y trae también pan y queso. Algo me dice que nuestro amigo aquí no ha comido desde que desembarcó.
La mujer asintió y se alejó, dejándolos solos. Ragnar se quitó el abrigo y lo dejó sobre el banco, pero mantuvo la bolsa de pieles cerca. Sus ojos recorrieron el salón una vez más, memorizando las salidas, evaluando a los otros clientes. Desde aquellos que por momentos llegaban a intercambiar miradas con ellos, hasta susurrar sobre sus vestimentas. Era evidente que no era de allí, pero tal como dijo el mercader, nadie se atrevería a reaccionar o hacer algo, más allá de la impresión inicial.
— Puedes relajarte — dijo Varen —. Este lugar es seguro.
— Ningún lugar es seguro.
— Bueno, al menos este es más seguro que el puerto — Varen se recostó en su asiento, estudiando a Ragnar con renovado interés —. Así que, eres el hombre que Andreus me envió.
La mención del nombre hizo que Ragnar se tensara visiblemente. Su mano se movió instintivamente hacia donde una de sus hachas descansaba oculta.
Varen alzó las manos en un gesto de paz.
— Calma, calma. No voy a gritar su nombre por toda la taberna. Pero necesitaba confirmar que eres quien creo que eres.
— ¿Cómo sabes ese nombre?
— Porque hace dos semanas recibí una carta — Varen bajó la voz, inclinándose hacia adelante — . Venía sellada con el emblema de la Casa Tenerius y contenía instrucciones muy específicas: esperar la llegada de un isleño de aspecto feroz, portando pieles excepcionales, proporcionarle contactos en el Gremio de Comerciantes, y sobre todo, mantener la boca cerrada sobre todo el asunto. Lo que más me impresiono, fue que se entregó directamente en mi domicilio privado, uno, del cual ni siquiera mis más allegados saben, ni siquiera mis putas favoritas.
— ¿Y qué ganas tú con esto? — Ragnar no bajó la guardia —. Nadie ayuda por bondad en un lugar como este.
Varen sonrió, pero esta vez no fue su sonrisa de mercader. Fue algo más oscuro, más genuino.
— ¿Conoces la historia de los Varen?
— ¿Debería? — Arqueo la ceja el isleño, ante las palabras del mercader, quien pareció complacido por la reaccion.
— Hace treinta años, mi padre era Maestro Peletero en Letheria. Cuando tú … Cuando Andreus era solo un niño, su abuelo comerciaba con nosotros. Éramos proveedores oficiales de la Casa Tenerius. Luego vino la traición, la condena, y mi padre tuvo que huir. — Repitió estos sucesos contando con los dedos de una mano. — Los otros nobles de la frontera nos marcaron como cómplices de traidores. Perdimos todo.
Hizo una pausa mientras la mujer regresaba con dos jarras de cerveza rebosantes de espuma, junto con una tabla de madera cargada de pan oscuro, queso amarillento y lo que parecían aceitunas en salmuera. Depositó todo sobre la mesa con un golpe seco.
— Buen provecho, caballeros.
Cuando se alejó, Varen tomó su jarra y la alzó ligeramente.
— Mi padre murió en las calles de Aethelgard, un artesano maestro reducido a mendigo. Pero antes de morir, me hizo jurar que si algún día un Tenerius regresaba al poder, yo haría todo lo posible por ayudarlo. Dijo que eran la única casa noble que alguna vez nos trató como personas, no como herramientas.
Bebió un largo trago. Ragnar lo imitó, probando la cerveza. Era fuerte, amarga, con un toque de miel que suavizaba el final. Buena cerveza honesta, como prometió Varen.
— Así que cuando recibí esa carta — continuó Varen —, supe que era mi oportunidad de cumplir la promesa de mi padre. No busco oro, ni favores. Solo quiero que Andreus tenga éxito en lo que sea que esté haciendo. Porque si él triunfa, significa que no todo está podrido en este maldito imperio. — Una sonrisa nuevamente emergió de su rostro, una demasiado sincera para ser honesta.
Ragnar estudió al hombre. Había aprendido a detectar mentiras en su tiempo como mercenario, y aunque Varen era buen actor, esto parecía genuino. El dolor al mencionar a su padre, la amargura al hablar del imperio, la determinación tranquila en sus ojos. Aunque intento creerle, no pudo hacerlo. Pero independiente del motivo real por el que los ayudara, algo había de cierto en su historia, y era que ni el oro o el poder lo motivaban. Aunque, no negaría obtener algún beneficio de ser posible.
— Está bien — dijo finalmente —. Confiaré en ti. Por ahora.
— Es todo lo que pido — Varen alzó su jarra —. Por los que quedaron atrás.
— Por los que quedaron atrás — repitió Ragnar dudando por un segundo, hasta chocar la jarra contra la de Varen.
Bebieron en silencio durante un momento. El pan era denso y nutritivo, el queso tenía un sabor fuerte que le recordaba a Ragnar los quesos de cabra de las tierras altas de Aett. No era comida elegante, pero era real.
— Entonces — dijo Varen después de un rato —, ¿qué buscas exactamente en el Gremio de Comerciantes?
Ragnar dudó. ¿Cuánto debía revelar?
— Información — respondió cautelosamente —. Sobre un mercader que comercia con las Tierras Perdidas.
Varen silbó bajito.
— Per-Bhast. El culo del mundo. — Se rascó la barbilla —. Eso complica las cosas.
— ¿Por qué?
— Porque el comercio con las Tierras Perdidas es … técnicamente legal, pero enormemente sospechoso. La mayoría de los mercaderes que trafican con esa región son de dos tipos: desesperados, que no pueden hacer negocios en ningún otro lugar, o gente muy poderosa que puede permitirse ignorar las preguntas incómodas. Sin contar las leyes de verificación de artículos, debido a la existencia de no-humanos en la región. Y el comercio con ellos es ilegal en todas las formas, habías y por haber.
— ¿Y el Gremio tendrá registros?
— Oh, sí. El Gremio registra todo. Cada transacción, cada envío, cada maldito clavo que cruza las fronteras imperiales. Es obsesivo hasta la locura. Pero — alzó un dedo de advertencia — conseguir acceso a esos registros es otra cosa completamente diferente.
— ¿Por qué?
Varen se inclinó nuevamente hacia adelante, bajando aún más la voz.
— Porque el Maestro Ferrick, que controla el Archivo de Comercio Exterior, es... digamos, extraordinariamente susceptible a la jerarquía. Si llegas como un mercader cualquiera pidiendo información, te dirá que es confidencial y te echará a patadas. Necesitas un enfoque más sutil.
— No soy sutil — gruñó Ragnar.
— Lo sé, lo noté en el puerto — Varen sonrió —. Por suerte, yo sí lo soy. Te voy a dar dos cosas: una carta de presentación que te identifica como mi socio comercial, lo cual te da cierta legitimidad, siempre y cuando, no te metas en problemas. Que de ser el caso, deberás de buscarme de forma inmediata, o de preferencia, no hacerlo si es grave. Por otro lado, también te entregaré en la segunda carta, el nombre de un empleado del Gremio que … Digamos que es flexible con las reglas si se le motiva adecuadamente.
Sacó un pequeño cuaderno de su cinto y garabateó algo rápidamente con un trozo de carboncillo.
— Busca a Tobin Marsh. Es un escriba de tercer rango que trabaja en el Archivo. Le gustan dos cosas en este mundo: el vino caro y quejarse de lo poco que le pagan. Dale una botella de Valathian y menciónale que estás dispuesto a "compensar su tiempo", y te mostrará lo que necesites.
Le pasó el papel a Ragnar, quien lo guardó cuidadosamente.
— ¿Algo más que deba saber?
Varen pensó un momento, mordisqueando una aceituna.
— Sí. Ten cuidado con quién preguntas sobre Per-Bhast. Hay … rumores. Nada confirmado, pero suficiente para poner nervioso a cualquiera con medio cerebro.
— ¿Qué tipo de rumores?
---Del tipo que involucra a gente poderosa haciendo cosas que no deberían estar haciendo. El comercio oficial con las Tierras Perdidas es de especias, tejidos, y tonterías así. Pero todos saben que también fluyen otras cosas: esclavos, drogas, artefactos mágicos prohibidos. Y cuando algo es tan rentable como sospechoso, significa que alguien en las altas esferas está recibiendo su parte. Y como dije, el comercio con los no humanos, trae problemas, pero también beneficios.
— ¿Crees que el ataque a Andreus está relacionado con eso?
Varen se encogió de hombros.
— No sé de qué ataque hablas, porque oficialmente esta conversación nunca sucedió. Aunque es bien sabido por todo el imperio, sobre los problemas de la frontera. No es fácil distinguir que tanto es real de las simples historias de caminos. Pero si hipotéticamente alguien de la frontera estuviera revolviendo piedras donde hay gente poderosa escondiendo secretos … sí, no me sorprendería que esa persona hipotética tuviera problemas.
Ragnar asintió lentamente, procesando la información. Cada pieza que añadía hacía el rompecabezas más oscuro y peligroso.
— ¿Y tú? — preguntó de repente —. ¿No te preocupa meterte en esto?
Varen soltó una risa amarga.
— Mi padre murió en la miseria por lealtad a una causa perdida. Si voy a seguir sus pasos, al menos lo haré por algo que vale la pena. Además — añadió con un toque de humor negro , a mi edad, la única emoción que tengo es la de ayudar a forasteros peligrosos a infiltrarse en archivos imperiales.
A pesar de todo, Ragnar sintió una punzada de simpatía por el hombre. No era un guerrero ni pretendía serlo, pero tenía su propio tipo de coraje. Siendo suficiente, para permitirse, aún fuera por ese instante, el dejar de pensar en todo lo que le rodeaba y disfrutar el momento. El cual derivó en que bebieron más cerveza. Varen contó historias del Gremio, explicando la compleja jerarquía de maestros, oficiales y aprendices, los egos frágiles que había que manejar, las rivalidades estúpidas que podían bloquear negocios legítimos. Ragnar escuchó, memorizando detalles que podrían ser útiles.
El tiempo pasó más rápido de lo que Ragnar esperaba. Cuando Varen finalmente consultó un pequeño reloj de bolsillo. El cual consistía en un mecanismo de imanes con piedras alineadas de forma circular, que cada que llegaban los imanes a una de ellas, se iluminaba con una luz verdosa.
— Es hora. Ferrick debe haber terminado de digerir su festín.
Pagaron — o más bien, Varen pagó, insistiendo en que era parte del servicio — y salieron de la taberna. El sol había pasado su cenit y ahora descendía lentamente hacia el oeste, aunque el calor seguía siendo opresivo. Las calles estaban más concurridas que antes, llenas de artesanos regresando de sus almuerzos, aprendices corriendo con mensajes, y los omnipresentes guardias que parecían estar en cada esquina.
Caminaron varias calles más allá del Distrito del Cuero, adentrándose en lo que Varen llamó el Barrio de los Comerciantes. Aquí los edificios eran aún más grandes, cada uno albergando oficinas de compañías comerciales, almacenes, y los gremios que controlaban todo el flujo de bienes en el imperio.
Finalmente, se detuvieron frente a un edificio imponente de cuatro pisos, construido en piedra gris con detalles en mármol blanco. Sobre la entrada, tallado en letras doradas, se leía: "GREMIO IMPERIAL DE COMERCIANTES".
Guardias flanqueaban la entrada, pero estos eran diferentes a los del puerto. Llevaban uniformes impecables, sus armas brillaban, y sus miradas eran alertas pero profesionales. Eran soldados de verdad, no matones con uniforme. Aunque por la manera en que se trataban entre ellos, representaba que eran de una milicia privada. Posiblemente, guardias propiamente de los mercaderes y no del imperio.
— Aquí es donde nos separamos — dijo Varen, extendiéndole a Ragnar un sobre sellado —. Esta es tu carta de presentación. Muéstrala en la recepción y di que vienes de mi parte. Te llevarán a la oficina de registros de comercio exterior. Una vez allí, busca a Tobin.
Ragnar tomó la carta, guardándola cuidadosamente junto con el nombre escrito anteriormente.
— ¿Nos veremos de nuevo?
— Probablemente — Varen sonrió —. Aethelgard es grande, pero ciertos círculos son sorprendentemente pequeños. Si necesitas algo más, puedes encontrarme en mi taller, en la Calle de los Curtidores. Pregunta por Varen el Maestro.
Extendió la mano. Ragnar la miró un momento antes de estrecharla. El apretón fue firme, honesto.
— Gracias — dijo el isleño, y se sorprendió al decirlo con sinceridad.
— De nada. Y Ragnar — Varen se puso serio por última vez —, ten cuidado ahí dentro. Los mercaderes de Aethelgard no usan espadas, pero pueden ser igual de mortales. No confíes en nadie más de lo necesario.
— Nunca lo hago.
Varen asintió, dio media vuelta y desapareció entre la multitud, su figura encorvada pronto tragada por el flujo constante de personas.
Ragnar respiró hondo, ajustó su bolsa de pieles, y se dirigió hacia la entrada del Gremio. Los guardias lo observaron con esa mezcla de evaluación y tedio de quienes ven cientos de rostros cada día. Uno de ellos dio un paso adelante.
— ¿Asunto?
— Vengo a registrar mercancía — respondió Ragnar, mostrando la carta de Varen.
El guardia la tomó, rompió el sello y leyó rápidamente. Sus cejas se alzaron ligeramente.
— Maestro Varen, ¿eh? — Miró a Ragnar con renovado interés —. Adelante. Preséntate en el mostrador principal y ellos te dirigirán.
Le devolvió la carta y se hizo a un lado. Ragnar apenas dio un paso, antes que el guardia le pusiera una mano en el hombro, haciendo que el isleño se detuviera y le alzara la mirada, encontrándose con la frialdad del guardia quien pareció poco o nada, importarle la forma del isleño, tanto que al hablar, a diferencia de los hombres del puerto, no presento ningún atisbo de temor.
— Si haces algo ahí dentro isleño, juro que te sacaré a patadas, y si es una amenaza, con gusto te cortaré las manos.
Ragnar entrecerró los ojos ante la amenaza, notando una pequeña cicatriz en el cuello del guardia, una tan pequeña que podría haberse confundido, pero una que solo podría haber sido nacida de una batalla en altamar por su forma. Si aquel guardia pudo haber sido un corsario encargado de vigilar las fronteras marítimas con el continente y haber sobrevivido contra las bandas de guerra de Aett, significaba que la seguridad no solo eran mercenarios pagados, sino hombres entrenados que la idea de la muerte era insignificante.
El guardia retiró la mano del hombro de Ragnar, pero su mirada permaneció fija, evaluadora. El isleño sostuvo esa mirada el tiempo suficiente para establecer que no se intimidaría fácilmente, pero no tanto como para convertirlo en un desafío. Era un equilibrio delicado, uno que había aprendido en años de negociar con hombres que confundían la cortesía con debilidad.
—Entendido —gruñó finalmente, y cruzó el umbral.
El interior del Gremio Imperial de Comerciantes era una catedral dedicada al oro. El vestíbulo principal se alzaba tres pisos, con una cúpula de vidrio emplomado que filtraba la luz del mediodía en haces dorados que caían sobre el suelo de mármol pulido. Columnas de granito negro flanqueaban el espacio, cada una tallada con relieves que representaban las rutas comerciales del Imperio: caravanas cruzando desiertos, navíos surcando mares tormentosos, mercaderes intercambiando bienes bajo arcos ornamentados. Pero lo que dominaba el espacio era el ruido.
No el estruendo caótico del puerto, sino algo más organizado, más insidioso: el murmullo constante de transacciones. Decenas de voces superpuestas creaban una sinfonía mercantil donde las palabras se mezclaban en una sopa indistinguible de números, porcentajes, y promesas. Escribas vestidos con túnicas grises se movían entre mesas dispuestas en filas perfectas, cada una atendida por funcionarios que parecían iguales unos de otros: rostros pálidos de pasar demasiado tiempo bajo techo, dedos manchados de tinta, expresiones de aburrimiento profesional.
Ragnar se detuvo apenas un paso dentro, sintiendo el peso de docenas de miradas posándose sobre él. Aquí, su abrigo de viaje y su bolsa de pieles lo marcaban como forastero con la misma claridad que si llevara un letrero colgado del cuello. Algunos escribas interrumpieron brevemente sus tareas para observarlo con curiosidad mal disimulada. Otros simplemente fruncieron el ceño, como si su sola presencia contaminara la atmósfera refinada del lugar.
—Siguiente —dijo una voz monótona desde el mostrador principal.
Ragnar avanzó, sus botas resonando demasiado fuerte contra el mármol. El mostrador era una estructura imponente de caoba oscura que se extendía a lo largo de toda la pared norte, interrumpida solo por cinco ventanillas donde funcionarios atendían a comerciantes y mensajeros. El isleño se dirigió a la primera ventanilla disponible, donde un hombre de mediana edad revisaba un documento con expresión de profundo desinterés.
—Asunto —dijo el funcionario sin levantar la vista.
—Vengo a registrar mercancía —respondió Ragnar, colocando la carta de Varen sobre el mostrador—. Pieles del norte. El Maestro Varen me envía.
Eso captó la atención del funcionario. Alzó la vista, evaluando a Ragnar con renovado interés, luego tomó la carta y rompió el sello con un chasquido seco. Sus ojos repasaron la escritura rápidamente, y algo en su expresión cambió: no exactamente respeto, pero sí una versión menos hostil de la indiferencia burocrática. Lo suficiente como para interesarle.
—Maestro Varen —repitió, como si probara el nombre—. Comerciante respetable. —Hizo una marca en un registro que tenía a su lado—. Necesitará hablar con el Departamento de Registros de Comercio Exterior. Tercer piso, ala este. Busque al Escriba Tobin Marsh. Él le asistirá con la documentación necesaria.
Le devolvió la carta junto con un pequeño disco de bronce grabado con símbolos que Ragnar no reconoció.
—Muestre esto a los guardias internos. Le permitirá acceso a las áreas administrativas. No lo pierda; si lo hace, será escoltado fuera y tendrá que solicitar otro, lo cual tomará... —consultó brevemente otro registro— tres días laborables. Y de no obtenerlo en tres días, deberá volver en una semana.
Ragnar tomó el disco, sintiéndolo sorprendentemente pesado en su palma. Aunque quedando inquieto ante las palabras del hombre. Una semana en caso de perdida y tres en caso de obtener una oportunidad. Fuera como fuere, la manera en que se movía el interior del imperio, era lo suficientemente enrevesado para querer no quedarse por mucho tiempo. — “Si así es un trámite, no quiero saber como será obtener un techo sobre el cual resguardarse”
—¿Cómo llego al tercer piso? — Añadió luego de pensar para sí mismo.
El funcionario señaló hacia la izquierda con un gesto mecánico, como si hubiera repetido esa dirección mil veces.
—Escaleras principales, al fondo del vestíbulo. Suban hasta el tercer nivel, giren a la derecha, sigan el pasillo hasta el ala este. Verán las placas direccionales. —Hizo una pausa, mirándolo con algo que podría haber sido compasión o burla—. Intente no perderse. El Gremio es … Extenso. En especial para un desconocido.
Ragnar asintió y se alejó del mostrador, siguiendo las indicaciones. El vestíbulo parecía extenderse más de lo que había calculado inicialmente, con pasillos que se ramificaban en múltiples direcciones, cada uno marcado con placas de bronce que anunciaban departamentos con nombres tan pomposos como innecesarios: "Oficina de Verificación de Autenticidad de Sellos", "Departamento de Tasación de Bienes Perecederos", "Sección de Arbitraje en Disputas Contractuales Menores".
—Por supuesto que tienen una oficina, para eso —murmuró para sí mismo, sacudiendo la cabeza.
Las escaleras principales eran una obra de ingeniería que bordeaba la ostentación. Talladas en mármol blanco con incrustaciones de oro en los pasamanos, ascendían en espiral alrededor de una columna central donde colgaba un candelabro masivo de cristal que probablemente pesaba más que un caballo. Ragnar comenzó a subir, notando cómo cada piso estaba marcado por un arco ornamentado con inscripciones en latín imperial que proclamaban virtudes mercantiles: "Fides" (Confianza), "Industria" (Diligencia), "Prudentia" (Prudencia).
En el segundo piso, el espacio se abría a una galería donde más escribas trabajaban en escritorios dispuestos con precisión militar. Aquí el ambiente era ligeramente diferente: menos voces, más concentración. Los funcionarios parecían de mayor rango, sus túnicas adornadas con ribetes de color que presumiblemente indicaban especialización o antigüedad. Los miro por unos segundos, intentando encontrar algo llamativo aparte de los colores, pero ante la falta de algo interesante, continuo subiendo.
El tercer piso era notablemente más silencioso. El bullicio del vestíbulo principal apenas llegaba aquí, amortiguado por gruesas paredes de piedra y pesadas cortinas que colgaban en los pasillos. El aire olía a pergamino viejo, tinta fresca y algo más: cera de vela, el aroma particular de documentos sellados que se guardaban durante décadas. Seguido el aroma a incienso para ocultar el olor a antigüedad.
Giró a la derecha, como le indicaron, y se encontró en un corredor largo flanqueado por puertas de madera oscura. Cada puerta tenía una pequeña placa de bronce con nombres y títulos. Pasó junto a "Escriba Principal Markus Thorne - Importaciones de Especias del Sur", "Contadora Lysa Vrell - Auditoría de Metales Preciosos", "Archivista Senior Kael Durrand - Documentación Histórica". Al final del pasillo, una puerta ligeramente más grande que las demás llevaba una placa que decía: "Registros de Comercio Exterior - Consultas y Verificaciones". No había nombre personal, solo el título funcional.
Ragnar se detuvo frente a la puerta, ajustando la bolsa de pieles sobre su hombro. Respiró hondo, harto del constante movimiento por el interior del lugar. Y ahora, con hastío de tener que preparándose para otra ronda de cortesía forzada y burocracia interminable. Luego empujó la puerta. La oficina era más pequeña de lo esperado, pero meticulosamente organizada. Estanterías repletas de carpetas y libros contables cubrían tres de las cuatro paredes, cada volumen etiquetado con una precisión obsesiva. Una ventana estrecha permitía la entrada de luz natural, aunque la mayor parte de la iluminación provenía de lámparas de aceite estratégicamente colocadas. Dos escritorios ocupaban el espacio: uno grande, claramente para trabajo administrativo, cubierto de pilas de documentos; otro más pequeño, junto a la ventana, donde una figura encorvada escribía con concentración absoluta.
Pero lo primero que captó la atención de Ragnar fue la persona sentada en el escritorio principal. Era una joven, o eso creyó al hacerlo. Su cabello era de un tono castaño brillante, recogido en un moño práctico que dejaba algunos mechones sueltos enmarcando su rostro. Vestía la túnica gris estándar de los escribas, pero con un detalle que hizo que Ragnar se detuviera: llevaba una máscara. Un antifaz por así decirlo.
No era ornamental como las que la nobleza usaba en bailes y celebraciones, sino algo más funcional. Era de cuero fino, teñido de un gris oscuro que casi combinaba con su túnica, y cubría desde la frente hasta justo debajo de la nariz, dejando expuesta solo la mitad inferior de su rostro. Dos aberturas para los ojos permitían ver, pero desde el ángulo de Ragnar, no podía distinguir el color o la expresión de esos ojos. La máscara estaba asegurada con cintas delgadas que se ataban detrás de la cabeza.
La joven tenía la mirada hacia abajo, concentrada en un documento que anotaba con caligrafía precisa. No alzó la vista cuando Ragnar entró, aunque debió haber escuchado la puerta. Espero por unos segundos, pero pareció poco o nada, importarle su presencia. Considero que podría deberse a sus responsabilidades, pero luego de unos segundos de indiferencia y con la paciencia agotada, carraspeo ligeramente, en busca de una reacción que nunca llego.
—Disculpe —dijo, manteniendo su voz lo más neutral posible—. Busco al Escriba Tobin Marsh.
La joven detuvo su pluma a mitad de una palabra. Por un momento, permaneció inmóvil, como si procesara la interrupción. Luego, con movimientos deliberados, terminó la frase que estaba escribiendo, colocó la pluma en su soporte, y finalmente alzó la vista. Lo suficiente para que Ragnar se sorprendiera levemente, aunque no llego a mostrarlo. Aunque no pudiera notarlo por la abertura de la máscara, había algo inquietante en su expresión. No podía precisar a que se debía su asombro, pero había algo en aquella reacción, que le hizo sentirse incómodo, una sensación de tener precaución que no había sentido desde que había llegado a la ciudad.
—¿Puedo ayudarle? —Su voz era suave, educada, con un acento que rozaba lo aristocrático, pero no del todo. Había algo ensayado en su tono, como si hubiera practicado las frases exactas que debía usar con visitantes. Y en su forma de actuar, podía sentirse como analizaba detenidamente al isleño, llegando a evaluarlo, catalogarlo y archivar cada detalle de su apariencia en cuestión de unos segundos.
Ragnar señaló vagamente hacia el escritorio más pequeño.
—Me enviaron a hablar con Tobin Marsh. Sobre registros de comercio exterior.
La joven siguió su gesto, mirando al hombre que aún escribía furiosamente sin prestar atención a nada más.
—Maestro Marsh está ocupado en este momento —dijo, con una pausa que sugería que "ocupado" era la descripción más caritativa posible—. ¿Tiene cita?
—No. Pero traigo una carta del Maestro Varen. —Ragnar colocó la carta sobre el escritorio, junto con el disco de bronce.
La joven miró ambos objetos sin tocarlos inmediatamente. Luego, con cuidado casi reverencial, tomó la carta, la giró para verificar el sello, y solo entonces la abrió. Sus ojos se movieron rápidamente sobre el texto. Ragnar notó que sus labios —lo único visible de su expresión facial— se tensaron ligeramente.
—Maestro Varen —repitió, y había algo en su tono que Ragnar no pudo identificar. ¿Reconocimiento? ¿Aprensión? —Un momento, por favor.
Se levantó con un movimiento fluido, la túnica rozando apenas el suelo mientras caminaba hacia el escritorio del fondo. Ragnar la observó moverse, notando que su paso era deliberado, casi silencioso. Nada en ella llamaba la atención, excepto esa maldita máscara. Que en cada momento que la observaba, solo crecía la inquietud que le apresaba. Lo atribuyo al cansancio, pero no podía dejar de verla.
Se inclinó junto al hombre que escribía, por quien aposto que se trataba de Tobin Marsh, a quien llego a susurrarle algo. Ragnar no pudo escuchar las palabras, pero vio cómo Tobin se tensaba, dejaba caer la pluma, y finalmente alzaba la vista con expresión de fastidio que rápidamente se transformaba en algo más complejo cuando la joven le mostró la carta de Varen.
Tobin era exactamente como Varen lo había descrito: delgadez que hablaba de comidas saltadas, dedos manchados de tinta hasta las muñecas, ese tipo de palidez que viene de pasar años bajo luz de vela en vez de sol. Tenía el cabello ralo, peinado hacia un lado en un intento vano de ocultar una calvicie incipiente, y sus ojos eran de un marrón apagado que parecían perpetuamente cansados.
Leyó la carta dos veces, sus labios moviéndose ligeramente con cada palabra. Luego miró a Ragnar, luego de vuelta a la carta, como si comparara la descripción con la realidad y no estuviera completamente satisfecho con la coincidencia. Movió la cabeza de un lado al otro, antes de levantarse, alisando su túnica con movimiento lento, en un intento de ocultar los nervios.
—Maestro... eh... —consultó la carta otra vez— comerciante del norte. Sí. Bienvenido al Departamento de Registros. Si —Su voz era más aguda de lo esperado, con un temblor que sugería que no estaba acostumbrado a tratar con gente que no fueran otros escribas—. Soy Tobin Marsh. ¿En qué puedo en qué puedo asistirle?
Ragnar resistió el impulso de suspirar. Este era el hombre que se suponía lo ayudaría a infiltrarse en los archivos más sensibles del Imperio. Y parecía todo menos competente a la par de confiable. Pero aun ante ello, y sin otras opciones que considerar, se preparó para hablar: —Busco información sobre comerciantes que operan con las Tierras Perdidas —dijo, manteniendo su voz baja—. Específicamente, alguien que haya vendido mercancía recientemente a la frontera.
El cambio en Tobin fue inmediato y dramático. El color que antes era pálido se volvió ceniciento. Sus manos, que habían estado jugando nerviosas con el borde de la túnica, se quedaron inmóviles. Sus ojos, antes simplemente cansados, se agrandaron con algo que se parecía peligrosamente al pánico. Aun ante ello, intento actuar con una tranquilidad que no funcionó al final.
—Eso es... eso es información muy... —tragó saliva audiblemente— muy sensible.
Ragnar había anticipado esta reacción. Deslizó su mano dentro de su abrigo, sacando una pequeña bolsa de cuero que tintineó suavemente al colocarla sobre el escritorio de Tobin.
—El Maestro Varen mencionó que su tiempo es valioso —dijo con tono neutral—. Y que usted aprecia... compensaciones apropiadas por servicios especializados.
Tobin miró la bolsa como si fuera una serpiente venenosa. No la tocó, pero Ragnar pudo ver cómo sus dedos se contraían con el impulso de hacerlo. E incluso llego a desearla con la mirada, de la misma forma que un joven en su primera vez con una dama. Ante ello, no se detendría llegado el momento, pero tampoco se atrevería a mostrar su anhelo tan próximo aunque intentara ocultarlo.
—Yo... no puedo simplemente... los registros de las Tierras Perdidas requieren autorización de nivel maestro. Están clasificados como sensibles debido a las complejidades políticas y... y los riesgos de contrabando y... —se estaba acelerando, las palabras tropezando entre sí— y si alguien descubre que accedí a ellos sin autorización podría perder mi posición y...
—Nadie tiene que saberlo —interrumpió Ragnar, sorprendiéndose a sí mismo con cuán persuasivo podía sonar cuando no estaba amenazando a alguien—. Solo necesito un nombre. Una confirmación. Entro, verifico una información, salgo. Diez minutos. Nadie más se entera y a cambio, esto es tuyo — Volvió a señalar la bolsa que aguardaba placidamente en el escritorio.
Tobin se mordió el labio, su mirada saltando entre Ragnar, la bolsa de monedas, y la puerta cerrada de la oficina. El conflicto interno era tan visible que Ragnar casi podía escuchar los pensamientos: dinero contra seguridad laboral, codicia contra miedo. Pero, ante esa reacción, la joven, quien había permanecido en silencio junto al escritorio, finalmente hablo.
—Maestro Marsh, si le preocupa la autorización, podría... —su voz era suave, casi dulce— podría revisar los registros preliminares primero. Solo para confirmar si hay alguna entrada de acuerdo a la petición del caballero. Eso no requeriría acceso completo a los archivos sensibles.
Tobin la miró como si fuera su salvadora personal.
—Sí. Sí, eso es... eso es más razonable. Los registros preliminares. Puedo hacer eso. —Pareció aferrarse a la idea como a un salvavidas—. Dame... dame unos minutos.
Tomó la carta de Varen con manos temblorosas y prácticamente corrió hacia una puerta lateral que Ragnar no había notado antes: probablemente conducía a un archivo o sala de almacenamiento. Antes de salir, Tobin dudó, miró de nuevo la bolsa sobre su escritorio, y con un movimiento rápido que pretendía ser discreto, pero falló miserablemente, la agarró y se la metió en el bolsillo de su túnica. Luego de ello, la puerta se cerró detrás de él con un clic suave. Dejando a Ragnar solo con la joven enmascarada.
El silencio se extendió, pesado e incómodo. La joven había vuelto a su escritorio y retomado su trabajo de anotación, su pluma moviéndose con precisión mecánica sobre el pergamino. Pero Ragnar tenía la inquietante sensación de que, aunque sus ojos estaban en el documento, su atención estaba completamente en él. Y esa astilla, era incapaz de quitársela de la cabeza. Sin más que esperar, se acercó hasta ella.
—¿Siempre llevan máscaras aquí? —preguntó, más para romper el silencio que por curiosidad genuina.
La pluma no se detuvo.
—Los archivistas y escribas que trabajan con documentos sensibles, sí. —Su tono era neutral, informativo—. Es una medida de protección.
—¿Contra qué?
Ahora la pluma se detuvo. La joven alzó la vista, y Ragnar sintió el peso de esos ojos ocultos, evaluándolo nuevamente.
—Contra reconocimiento —dijo simplemente—. El Gremio maneja información que muchos pagarían fortunas por obtener. Si los escribas pudieran ser identificados fácilmente, se convertirían en objetivos para soborno o cosas peores. La máscara protege nuestra identidad. Nos hace intercambiables. Seguros.
Era una explicación lógica. Demasiado lógica para él y eso, solo volvió a molestarlo, aunque asintió lentamente, pero algo en su instinto que venía desde hace rato acompañándolo, le murmuraba nuevamente advertencias que no alcanzaba a articular. Las mismas que pudo sentir en el campo de batalla, las mismas en el asedio a la corona, las mismas que le recordaban que debía de confiar en ellas y por eso, se mantuvo firme.
—¿Llevas mucho tiempo trabajando aquí? —preguntó, intentando sonar casual.
—El tiempo suficiente. —La respuesta fue cortés pero definitiva, cerrando esa línea de conversación.
Volvió a su trabajo, y Ragnar no insistió al comprender que no obtendría nada más. En cambio, se acercó a la ventana, mirando hacia el Distrito Mercante que se extendía bajo el Gremio. Desde esta altura, podía ver el flujo constante de carros y personas, la red de calles que parecía un hormiguero organizado. En algún lugar allá abajo estaba Varen, probablemente ya en su taller, ajeno al nido de víboras en el que había metido a Ragnar. Incluso, si forzaba la vista y levantaba la cabeza, podía notar los colores del puerto. Percatándose de lo cerca que se encontraba relativamente del lugar.
El tiempo se arrastró. Cinco minutos se convirtieron en diez. Luego quince y después en incontables. Llegado a ese punto, Ragnar comenzó a ponerse inquieto. No era inusual que las búsquedas burocráticas tomaran tiempo, pero algo en la ausencia prolongada de Tobin empezaba a molestarle. — ¿Qué tan difícil era buscar unas iniciales en un registro? Están en la carta, debe ser fácil. — Mascullo en voz baja.
—¿Suele tardar tanto? —preguntó, sin apartar la vista de la ventana.
—Los archivos son extensos —respondió la joven enmascarada sin levantar la vista—. Y el Maestro Marsh es muy meticuloso. Prefiere verificar dos veces antes de presentar información incompleta.
Era una respuesta razonable. Demasiado razonable nuevamente. Que llego a generar que se rascara el cuello de forma incómoda. Ahora, otros cinco minutos pasaron. Y el isleño solo podía contarlos mentalmente, su paciencia —ya de por sí limitada— erosionándose con cada segundo. En Aett, cuando un hombre decía que haría algo en "unos minutos", lo hacía o explicaba por qué no podía. Aquí, "unos minutos" parecía ser una medida de tiempo completamente arbitraria que podía significar cualquier cosa, desde diez segundos hasta media hora. Ante eso, suspiro de frustración, con la idea de dirigirse a la puerta del archivo él mismo cuando esta finalmente se abrió.
Tobin emergió, pero no era el mismo hombre nervioso que había entrado. Ahora estaba pálido de una manera diferente: no el pálido del miedo a perder su trabajo, sino el pálido de alguien que había descubierto algo que no debía haber descubierto. Llego a morderse el labio, a juguetear con sus dedos y de pasar de observar su escritorio hasta el isleño, de quien no pudo sostenerle la mirada.
—Yo... —su voz era apenas un susurro— yo no... no encontré los registros.
Ragnar se tensó.
—¿Qué significa que no los encontraste?
—Significa que no están ahí. —Tobin caminó hacia su escritorio con pasos inciertos, como si el suelo pudiera ceder bajo él en cualquier momento—. Los registros de comercio con las Tierras Perdidas de los últimos seis meses... faltan.
—¿Faltan? —Ragnar sintió la frustración convirtiéndose en algo más oscuro—. ¿Cómo pueden faltar? ¿No dijiste que el Gremio registra todo?
—¡Lo hace! ¡Lo hacemos! —Tobin casi gritó, luego bajó la voz al darse cuenta y volvió a mirar a su al rededor temiendo de quien pudiera verlo.—. Cada transacción, cada envío, todo está documentado. Esos registros no pueden simplemente... desaparecer. A menos que...
Se detuvo, su rostro adquiriendo una expresión de comprensión horrorizada.
—¿A menos que qué? —presionó Ragnar.
Tobin se dejó caer en su silla, llevándose las manos a la cara.
—A menos que alguien con autoridad de maestro los haya retirado. Solo alguien de ese nivel puede remover documentos del archivo principal sin dejar un registro de préstamo. Y solo hay una persona que tendría razón para retirar específicamente los registros de las Tierras Perdidas...
—¿Quién? —Ragnar ya sabía la respuesta antes de que Tobin la dijera.
—Maestro Ferrick. —Tobin dejó caer las manos, mirando a Ragnar con ojos que suplicaban que esto no fuera real—. El jefe del Departamento de Comercio Exterior. Si él tiene esos registros, estarán en su oficina. Pero no podemos simplemente... no podemos ir a su oficina y exigirlos. Él es un Maestro de Primer Rango. Yo soy solo un escriba de tercero. Sería...
—Entonces hablaremos con él —interrumpió Ragnar, sin paciencia, para más excusas—. Llévame a su oficina.
—¡No puedo! Él... él no recibe visitas sin cita previa. Y su agenda está llena durante semanas. Necesitarías solicitar una audiencia formal, y eso requeriría...
Ragnar dio un paso hacia el escritorio, inclinándose lo suficiente para que Tobin tuviera que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo. No dijo nada. No necesitaba hacerlo. El mensaje era claro: “Ya no estoy pidiendo.” Y el escriba tragó saliva audiblemente. Antes de poner sus manos sobre su rostro, temeroso de hablar, de ser visto y de decir algo, que ante el hombre que estaba delante, pudiera dar pie a que le hiciera algo.
—Yo... está bien. Está bien. Pero si nos echa, si llamamos a los guardias, yo... yo no puedo...
—Solo llévame allí —gruñó Ragnar.
Tobin se levantó con piernas temblorosas, mirando a la joven enmascarada como si buscara apoyo o permiso. Ella había dejado de escribir y los observaba con una quietud que era casi antinatural. Llegando a mover la cabeza ligeramente sobre su hombro, llegando a revelar, por unos segundos, un colgante de tonos rojizos, antes de ser ocultado por su cabello:—¿Vienes con nosotros? —preguntó Tobin, y había una nota de súplica en su voz, como si no quisiera enfrentar esto solo.
La joven dudó un momento. Sus labios, la única expresión que ambos podían, se tensaron ligeramente:—No debería... el Maestro Ferrick no aprecia interrupciones. Especialmente durante su hora de comida.
—Por favor —insistió Tobin—. Si vamos los tres, tal vez... tal vez no se enfade tanto. Fuerza en números y todo eso.
Ragnar quiso objetar al respecto, la hora de la comida, según recordaba por palabras de Varen, ya debía de haberse terminado, pero se contuvo. Tener a otra persona presente podría darle más legitimidad a la visita, hacerla parecer menos como un interrogatorio improvisado y más como un asunto oficial del departamento. No tenía claro que diría o como explicaría que un simple mercante quería hablar con el maestro, pero algo se encargaría de hacer llegado el momento, aun si tenía que ignorar el malestar que le provocaba la secretaria. La joven enmascarada sostuvo la mirada de Tobin durante un largo momento. Luego, con un suspiro casi imperceptible, se levantó.
—Está bien. Pero si el Maestro Ferrick se molesta, recordaré que esto fue idea tuya, Tobin.
—Sí, sí, por supuesto. —Tobin ya estaba dirigiéndose a la puerta, ansioso por moverse antes de perder el coraje—. Síganme. Su oficina está en el cuarto piso. Ala oeste.
Salieron de la oficina al pasillo silencioso. Ragnar notó que la joven enmascarada cerró la puerta con llave detrás de ellos, un gesto pequeño, pero deliberado que guardaba en su memoria sin saber por qué. Subieron por otra escalera, más estrecha que las principales, claramente diseñada para uso interno del personal. El cuarto piso era notablemente más lujoso que los anteriores. Las alfombras aquí eran más gruesas, los candelabros más ornamentados, las puertas de caoba en vez de roble simple. Este era el dominio de los maestros, donde las decisiones que movían fortunas se tomaban detrás de puertas cerradas.
Tobin los guio a través de un pasillo que olía fuertemente a incienso y cera de vela cara. Pasaron junto a varias puertas cerradas de las cuales emanaban voces apagadas: conversaciones que probablemente determinaban el precio del trigo en tres provincias o el destino de flotas mercantes enteras. Al final del pasillo, una puerta doble de caoba oscura con incrustaciones de plata llevaba una placa que decía: "Maestro Ferrick Aldous - Jefe de Comercio Exterior". Tobin se detuvo frente a ella, su mano alzada para tocar, pero congelada a medio camino, como si tocara esa puerta pudiera desencadenar consecuencias irreversibles.
—Todavía no es tarde para... —comenzó.
Ragnar lo empujó suavemente a un lado y tocó la puerta él mismo. Tres golpes firmes que resonaron en el pasillo silencioso. Esperaron nuevamente, Ragnar intercambio mirada con Tobien, quien bajo la mirada, luego con la secretaria, quien mantuvo la vista fija en la puerta, sin mostrar razón o emoción alguna, manteniendo el mismo porte de formalidad desde que se habían conocido. Al no haber respuesta, Ragnar tocó de nuevo, esta vez con más fuerza. Pero el silencio fue lo único que obtuvieron. Ahora, tanto Tobin como la joven intercambiaron una mirada, o más bien, el joven se atrevió a verla, en busca de alguna señal de que hacer, cuando el isleño puso la mano en el pomo de la puerta.
—Está cerrada —susurró Tobin—. Durante su hora de comida siempre... siempre cierra con llave.
—¿Siempre? —preguntó Ragnar.
—Siempre. Es muy particular sobre su privacidad cuando come. Dice que es el único momento del día donde puede tener paz.
Ragnar probó el pomo de todos modos. Ante la respiración ahogada del joven, al notar como el pomo giro. — La puerta no estaba cerrada con llave — Murmuro Ragnar al sentir como se habría, y percibir como detrás de él, ambos acompañantes se encontraban inmóviles por un segundo, procesando esa anomalía: —Tal vez... tal vez olvidó cerrarla hoy —dijo Tobin, pero su voz carecía de convicción.
Ragnar empujó la puerta, que se abrió con un leve chirrido de bisagras bien mantenidas. Antes de ser recibidos por el olor. No el aroma esperado de comida caliente, sino algo más orgánico, más visceral. Ragnar lo reconoció instantáneamente al percibir el olor a hierro antes de decirlo — sangre —. Y bajo ella, más sutil, pero inconfundible, el hedor de desechos corporales que el cuerpo libera en la muerte.
—No entren —dijo Ragnar bruscamente, extendiendo un brazo para detener a Tobin, pero era demasiado tarde.
La oficina de Ferrick era espaciosa y opulenta. Estanterías de caoba repletas de volúmenes encuadernados en cuero cubrían dos paredes. Una alfombra persa en tonos carmesí y dorado cubría el suelo. Ventanas amplias dejaban entrar luz generosa que iluminaba un escritorio masivo de nogal tallado. Y sobre ese escritorio, dispuesta como una naturaleza muerta, grotesca, había una comida: cordero asado con hierbas, pan que aún parecía tibio, una copa de vino llena hasta la mitad.
Frente al escritorio, con la espalda hacia la puerta, había una silla de respaldo alto tapizada en terciopelo verde oscuro. Y en esa silla, antes de poder llegar a decirlo. Tobin emitió un sonido ahogado, algo entre jadeo y sollozo. A la par que la joven enmascarada se quedó completamente inmóvil. Ragnar entró en la oficina con paso firme, sus botas resonando sobre la madera pulida. Se acercó a la silla y, con un movimiento deliberado, la giró.
Maestro Ferrick Aldous había sido, en vida, un hombre corpulento. Su túnica de maestro, la cual estaba bordada con hilos de oro que denotaban su rango, estaba diseñada para acomodar esa corpulencia con dignidad. En muerte, el cuerpo parecía más pequeño, como si el alma hubiera ocupado más espacio que la carne. Su rostro estaba congelado en una expresión de sorpresa absoluta. Los ojos, abiertos y vidriosos, miraban hacia un punto indeterminado del techo. La boca estaba ligeramente abierta, como si hubiera estado a punto de decir algo cuando la muerte lo interrumpió.
Pero lo que capturó la atención de Ragnar fue la herida. Un tajo limpio, casi delicado, atravesaba la garganta justo debajo de la mandíbula, cortando la arteria carótida con precisión. La sangre había descendido por el cuello, empapando el cuello de la túnica y el respaldo de la silla, pero no había el desastre que uno esperaría de una herida tan mortal. Esto no había sido un ataque frenético. Había sido profesional.
Chasqueo la lengua al verlo. Imaginado como debió de ser el proceso. Como su atacante debió de acercarse lo suficiente en un momento de distracción. Pero al llegar hasta ese punto, no comprendía la manera en que fue atacado, era un corte, pero no podía descubrir que tipo de arma podría haber sido usada. En especial al recordar a los guardias y su estricto control en la entrada, por lo que al considerarlo dirigió su mirada hacia la mesa. Junto al cordero asado, entre el plato de pan y la copa de vino, descansaba un cuchillo de trinchar. La hoja era fina y curvada, diseñada para cortar carne cocida con elegancia, no para matar. Pero la punta estaba manchada de rojo oscuro, y un delgado hilo de sangre había goteado sobre el mantel blanco.
—Por todos los santos... —La voz de Tobin era apenas un susurro ahogado detrás de él—. Por todos los santos del Hacedor...
Ragnar se giró. Tobin estaba en el umbral de la puerta, con una mano sobre la boca, el rostro más pálido que el mármol. La joven enmascarada estaba a su lado, también inmóvil, pero su quietud era diferente. No había rastro de miedo, ni de reacción, solo la postura de una estatua de pie. Abrió la boca levemente, como si quisiera decir algo, antes de detenerse y dejar un leve sonido que desapareció en el aire.
—No toquen nada —ordenó Ragnar—. Nadie entra hasta que haya terminado de ver esto.
—¿Terminar de ver? —Tobin casi gritó—. ¡Tenemos que llamar a los guardias! ¡El Maestro Ferrick está muerto! ¡Asesinado! ¡Debemos...!
—En un momento. —Ragnar alzó una mano, silenciándolo—. Primero necesito entender qué pasó aquí.
Se movió por la oficina con la deliberación de alguien acostumbrado a leer escenas de violencia. Ante la mirada de ambos acompañantes, quienes fuera por el miedo o la voz autoritaria del isleño, se mantuvieron en su posición, expectantes, aguardando. Ragnar recorrió la estancia con cuidado, leyendo detalle, cada objeto fuera de lugar, cada anomalía que contara la historia de los últimos momentos de Ferrick. La comida estaba intacta. El cordero no había sido cortado, el pan no tenía mordidas, el vino apenas había sido probado: la copa estaba llena casi hasta el borde, solo faltaba un sorbo.
— Eso significaba que Ferrick había muerto poco después de que le sirvieran la comida. O tal vez incluso antes de comenzar a comer. — Hablo para sí mismo, en la medida que se pasaba la lengua por los labios, continuó recorriendo la sala hasta arrodillarse cerca del suelo alrededor de la silla. No había marcas de lucha. Ni rasguños en la madera, ni alfombra arrugada, ni objetos volcados. Ferrick no se había defendido: — O no había tenido tiempo, o no había visto venir el ataque. —
Se incorporó, estudiando la disposición de la habitación. La silla estaba orientada hacia la ventana, dándole la espalda a la puerta. — ¿Por qué un hombre comería de espaldas a su única entrada? A menos que... — Volvió su vista hasta la entrada. — A menos que no esperara amenaza alguna.
—Conocía a su asesino —dijo Ragnar en voz alta, más para sí mismo que para los otros.
—¿Qué? —Tobin se acercó un paso, luego retrocedió dos al ver el cadáver de nuevo—. ¿Cómo puedes saber eso?
Ragnar señaló la escena con un gesto amplio.
—No hay signos de forcejeo. Ninguna defensa. Ferrick estaba sentado, comiendo o a punto de comer, con la espalda hacia la puerta. Alguien entró, él no se alarmó. Tal vez incluso lo invitó a sentarse. A compartir el vino.
Caminó hacia el escritorio, sus ojos evaluando la disposición de los objetos.
—El visitante se acerca. Tal vez hablan. Ferrick sigue mirando por la ventana, confiado, desprevenido. Una mano toma el cuchillo de la mesa. —Ragnar hizo el gesto, tomando un cuchillo invisible—. Un movimiento. Rápido. Preciso. Muere antes de comprender el peligro.
Se giró hacia Tobin, cuyo rostro había pasado del pálido al verdoso.
—Solo alguien cercano, alguien de confianza, podría acercarse tanto sin despertar sospecha.
—Eso es... eso es imposible —tartamudeó Tobin—. Todos en el Gremio respetaban al Maestro Ferrick. Nadie tendría razón para...
—Alguien tuvo razón. Y no solo para matarlo...—Ragnar se detuvo, notando algo.
Sobre el escritorio secundario, parcialmente oculto bajo otros documentos, había un registro. Ragnar se acercó, apartando cuidadosamente los papeles que lo cubrían. Era un libro de embarques. Fechas, nombres de barcos, puertos de origen y destino. Las páginas estaban abiertas en una sección específica, y una línea había sido subrayada con tinta fresca, tan fresca que aún brillaba ligeramente bajo la luz de la ventana. Lo tomo con cuidado antes de repasar la lista y los nombres de la misma. No le tomo mucho, hasta encontrar uno reciente, de hacía poco menos de un mes.
— Navío: La Sierpe de Plata. —Alzo la mirada en dirección a la entrada, notando a los acompañantes quienes seguían mirándolo. — El capitán es Roderic Vane. — Pensó en ese nombre, intentando averiguar si le sonaba, pero ante la negativa, hizo lo posible por recordarlo, antes de continuar leyendo. — Puerto de Destino: Qtar y el cargamento que llevaban era de Tejidos y Especias — Arqueo la ceja al leerlo. Las especias eran más importantes, al notar la forma de registro, pero los tejidos y pieles no tanto, lo cual le hizo darse una idea de como pudieron entrar las armas a la frontera. Pero aquello que más le asombro, fueron la firma de quien encargo el envío. — Patrocinador: C.R. Abreviatura de Cassian Reeve — Arrugo la nariz, sabía que el nombre le sonaba de algo, pero fue incapaz de recordarlo, más cuando la nota al margen del documento decía textualmente “Inspección eximida por orden del Consejo”
—Debemos informar a los guardias —repitió Tobin, su voz subiendo en tono con cada palabra—. Ahora. Esto es... esto es un asesinato. Un Maestro del Gremio. Si alguien descubre que estuvimos aquí y no reportamos inmediatamente...
—Tienes razón —dijo Ragnar, enrollando el documento con cuidado y guardándolo dentro de su abrigo—. Pero primero salimos de aquí. Encontramos a alguien en el pasillo. Les decimos que descubrimos el cuerpo. Eso nos da...
Dejo la palabra suelta al oírlo. Fue algo suave, casi imperceptible: el roce de tela contra piedra. Venía del pasillo. Al darse media vuelta y dirigirse al pasillo no pudo notar una ausencia. Algo común, pero en aquel caso, no debió de ser, por eso, al abrir y observar, lo noto. Estaba vacío, demasiado para un comercio. Donde antes había habido el murmullo distante de conversaciones detrás de puertas cerradas, ahora reinaba un silencio absoluto. Como si el edificio entero hubiera contenido la respiración.
—Algo está mal —murmuró.
—Todo está mal —siseó Tobin—. ¡Hay un hombre muerto! ¡Todo está...!
— ¡Cállate! — Le grito Ragnar en cuanto pudo e hizo una seña para que dejara de hablar. Dejando al Joven con mayor temor del que sentía.
Les hizo un gesto para que le siguieran a fuera de la oficina. — Será mejor irnos cuanto antes. — Añadió luego de dar un paso hacia afuera, aunque poco duro el camino, hasta que en medio del pasillo se encontraron con la enmascarada, que mantenía su postura en medio del lugar.
Ragnar volvió a ver sobre su hombro en dirección a la oficina y luego a la mujer. Intento encontrarle sentido, intentando recordar si la había oído salir, pero la ausencia de esa pregunta, fue una amarga respuesta. Que le obligaron a acercar su mano hasta el mango del hacha. Acto que Tobin palideció y rápidamente se puso entre ambos. — ¿Qué crees que estás haciendo? — Pregunto el escriba a Ragnar. — No es tiempo de lo que sea que estés haciendo.
— Lo sabías, ¿No? — Pregunto Ragnar a la joven. Quien oculto sus manos en el interior de la túnica.
— Había escuchado un ruido, hace rato. No quería venir sola. — Ese breve atisbo de emoción, fue mucho peor que la ausencia del mismo.
— Eso no importa. — Balbuceo Tobin, aún confundido. — Teneoms que reportar a los guardias, tenemos que...
Ragnar lo tomo del hombro y lo puso detrás de sí, aunque no estaba seguro de por qué sentía la necesidad de hacerlo. Pero en ese breve gesto, alzo el hacha en dirección a la joven. Quien movió la cabeza de un lado al otro, antes de sacar una daga de la manga de la túnica, la cual acaricio levemente con la punta de los dedos. — No esperaba volver a verte, ni a ti, ni a nadie de la compañía. —Las palabras salieron suaves, casi reflexivas, interrumpiendo a Ragnar a mitad de frase.
—¿Qué? —Tobin frunció el ceño, confundido.
La joven enmascarada los miró fijamente, y algo en su mirada, o al menos ante la falta de la misma por la máscara, hizo que ambos hombres sintieran una sensación de peligro. Algo que por momentos llego a emerger, ahora, era visible en su totalidad: —Los errantes. Los conquistadores de la Corona. —Su voz perdió todo rastro de la deferencia profesional, volviéndose más afilada, más real—. Habría deseado hacer esto, sin necesidad de llegar a algo así. Pero, tus dioses, el destino o el mundo, tiene un extraño sentido del humor.
—¿De qué estás hablando? — Pregunto Tobin mirando a Ragnar.
Ella inclinó la cabeza, estudiándolo como se estudia un insecto atrapado en ámbar.
— ¿Lo olvidaste, no es asi isleño? — Y esa mencion hizo que Ragnar pusiera un pie delante y la mano detras.
— Yo … No
— Déjame que te lo recuerde. — Llego a enseñar levemente los colmillos al hacerlo. — Te recuerde los tratos hechos, los susurros y promesas que solo llevaban al dolor, porque a tú... señor. No, a tu hermano le parecían precian justos a cambio de lograr su tan apreciada campaña de justicia disfrazada de venganza. — Ella dio un paso adelante, Ragnar gruño, pero ahora, en su fiera mirada, había un leve brillo a preocupación, al saber que alguien sabía la verdad. — ¿Alguna vez llego a pensar en eso? ¿Él lo que él llamó simples daños colaterales en su cruzada?
— ¿Quien? … —comenzó Ragnar.
—No me importa qué excusas tengas. — Extendió la daga en direccion al cuello de Ragnar—. No me importa qué órdenes seguías. Solo importa que estás aquí. Y eso... —sonrió, aunque no había alegría en ese gesto— eso es casi poético.
—Debemos irnos —murmuró Tobin, dando un paso atrás—. Esto es... esto no es...
—Gracias por venir, isleño. —La joven se llevó una mano a la máscara—. Todo está en su lugar.
Al quitarse la máscara, el rostro que apareció era joven, hermoso de esa manera etérea que correspondía a los no humanos. Pómulos altos, piel pálida, rasgos delicados pero fuertes. Haciendo que Rangar mantuviera la vista fija, ahora, centrándose en su totalidad, hasta en la forma en que sus orejas, ligeramente puntiagudas, apenas visibles bajo mechones de cabello castaño, que ahora caían libres sin la restricción de la máscara. Le dieron la respuesta, seguido del impacto al observar sus ojos. De un tono violeta. Como amatistas bajo luz de luna. Como flores venenosas que crecían en los bosques prohibidos. Como nada que hubiera visto en toda su vida, excepto... en los sueños inquietos de Salomón. En los silencios del errante, cuando nadie miraba. En el espacio vacío que su hermano nunca llenaba con palabras y solo originaba la ira del isleño al tener que aceptarlo.
—¿Quién...? —susurró Tobin, retrocediendo otro paso.
Pero Ragnar sabía. En algún nivel instintivo, más profundo que el pensamiento, sabía exactamente quién era esta mujer. Recordó el aroma que había percibido en el puerto de Valerde cuando una figura solía escabullirse en la noche al navío. En el mismo aroma que percibía en las mañanas saliendo de la tienda de Salomón y que se e impregnaba en la ropa.
El mismo a Lirios que le eran imposible olvidar, y que solo le generaba náuseas cada que tenía la oportunidad. Y ante ello, se vio obligado a recordar el nombre que había maldecido más de una vez. Al ser el causante del distanciamiento de su hermano, de la compañía, de su familia, de su amistad y hermandad. Sindo el último en emerger de los labios de Salomón al morir aquella noche en el puente ante ellos.
—Lyria —dijo, y fue menos una pregunta que una acusación.
Ella sonrió, y esta vez había algo genuino en ese gesto. Algo terrible y triste a la vez.
— ¿No preferirías decirme, aquella perra de ojos violetas? ¿No era como preferías llamarme cada qué tenías la oportunidad?
Ragnar gruño: — Debias de estar muerta.
— Igual que todos, ¿No? — Ella asintio levmente al decirlo. — Nunca les importo volver por nosotros. Se exactamente lo que hicieron. —Lyria dio un paso adelante, y Tobin retrocedió dos—. Vi las cenizas al salir del río. Caminé entre los cuerpos. Escuché las historias de quienes sobrevivieron. Vuestro señor Andreus Tenerius no tuvo el menor escrúpulo en quemar aldeas enteras si significaba abrir un camino hacia su maldita corona.
—Fue guerra. —Las palabras salieron de Ragnar más duras de lo que pretendía—. La gente muere en la guerra.
—La gente correcta, quizás. —Lyria se detuvo—. Pero no niños. No ancianos. No aquellos que no tenían nada que ver con vuestras ambiciones imperiales. Fue por ello que me adentre en el consejo de los Marveine, solo necesitaba tiempo, tiempo para salvar todas aquellas vidas. Pero esa noche, cuando supieron que las casas marcharían por el avistamiento de la compañía, ¿Qué hicieron?
Un silencio pesado cayó entre ellos. En algún lugar distante, Ragnar podía escuchar el murmullo apagado del Gremio continuando con sus operaciones, ajeno al drama que se desarrollaba en este pasillo aislado.
—Si querías venganza, debiste buscar a Andreus. —Ragnar mantuvo su voz firme, aunque su mano ya acariciaba la empuñadura de su hacha—. Yo solo soy un soldado. No tomé esas decisiones.
—Pero las ejecutaste. —Lyria inclinó la cabeza—. Y eso te hace tan culpable como él. Solo debían de esperar y les habría entregado la ciudad. Pero a cambio atacaron, me obligaron a... — Ella se detuvo, y solo miro a Ragnar. — Aun así, los seguí creyendo que era lo correcto. Confiaba en ustedes, pero a cambio me... no... nos dejaron en el olvido luego del asedio, ¿Tampoco importábamos nosotros dos?
Ragnar se mordió la lengua al oírla. Una parte mínima de él, quería hablar. Quería insultarle, amenazarle e incluso decirle lo que sucedió. De cuanto tiempo paso buscando los cuerpos luego de la caída del puente. De como construyo las tumbas de ambos en las tierras que se les fueron dadas. En como los odio por dejarlo solo en medio de la frontera, de aun cuando odiaba a Salomon por amar a una no humana, aprendió a respetarla así fuera a regañadientes. Pero nada de eso, serviria ahora.
— Pero tienes razón en algo: mi verdadera cuenta es con Andreus Tenerius. Contigo... —se detuvo, pensativa— contigo es solo una feliz coincidencia. Una oportunidad demasiado perfecta para desperdiciar. Y una vez tomada, iré por tu hermano.
—¿Qué estás...? —comenzó Tobin.
No terminó la frase en cuanto Lyria se movió. No fue el movimiento de una escriba o archivista. Fue el movimiento de alguien entrenado en violencia. Cerró la distancia entre ella y Tobin en dos pasos, la daga subiendo en un arco plateado. Antes de siquiera que Ragnar pudiera reaccionar. Tobin ni siquiera tuvo tiempo de gritar. Su boca se abrió en shock cuando la hoja se hundió en su garganta, justo debajo de la mandíbula. Un sonido húmedo, grotesco, llenó el pasillo cuando ella torció la muñeca antes de sacar el arma y de ella, emano la sangre. Demasiada sangre, tan roja que parecía negra bajo la luz tenue de las lámparas.
Tobin se tambaleó hacia atrás, las manos volando hacia su cuello en un intento desesperado de detener la hemorragia. Sus ojos —esos ojos marrones apagados que siempre habían parecido cansados— ahora estaban muy abiertos en comprensión horrorizada antes de caer. El sonido de su cuerpo golpeando el mármol fue sordo, final. Un charco oscuro comenzó a expandirse bajo él, las venas del mármol blanco absorbiendo la sangre como raíces sedientas.
Ahora Ragnar estaba entre él y Lyria, el cuerpo de Tobin convulsionando débilmente mientras la vida lo abandonaba.
—¿Por qué? —La voz de Ragnar era un gruñido bajo, furia y shock mezclados—. Él no te hizo nada. ¡Era solo un escriba!
—Era un testigo. —Lyria limpió la daga en su túnica con movimientos calmados, casi indiferentes—. Y ahora es evidencia.
Se agachó junto al cuerpo de Tobin, dejando caer la daga deliberadamente junto a él. Luego retrocedió, tropezando "accidentalmente", cayendo al suelo con un grito perfectamente calibrado.
—¡GUARDIAS! —Su voz atravesó el pasillo como una lanza—. ¡AYUDA! ¡NOS ESTÁN ATACANDO!
—Maldita... —Ragnar dio un paso adelante, pero ella ya estaba gritando de nuevo.
—¡MATARON AL MAESTRO FERRICK! ¡Y AHORA INTENTAN SILENCIARME! ¡AYUDA!
El sonido explotó desde ambos extremos del pasillo: botas militares golpeando mármol, órdenes gritadas, el tintineo de armaduras moviéndose al unísono. Ragnar miró a Lyria, quien desde el suelo lo observaba con esos ojos violetas llenos de algo que podría haber sido triunfo. O dolor. O ambos.
—Corre, isleño —susurró, lo suficientemente bajo para que solo él la escuchara—. Corre y dile a tu señor que esto apenas comienza. Que cada lágrima derramada, será devuelta. Que los muertos no olvidan. Y que yo... —su voz se quebró apenas— que yo tampoco.
No había tiempo para responder. Los guardias ya llegaban desde la escalera sur, sus siluetas bloqueando la salida. Ragnar giró hacia la escalera norte, pero más guardias emergían de allí también. Estaba atrapado. Y aquellos que venían por el mismo camino que ellos, se habían topado con la puerta cerrada de hacía unos instantes. Provocados por los gritos de Lyria, comenzaron a romperla con espadas y hachas. Al son de sus gritos.
—¡NO SE MUEVA! —El grito venía del oficial al mando, un hombre fornido con armadura completa y el emblema del Gremio en el pecho.
Lyria, desde el suelo, señaló a Ragnar con mano temblorosa.
—¡Él mató a Tobin! ¡Y al Maestro Ferrick! ¡Yo... yo intenté detenerlo y me ataco!
Ragnar miro a Lyria, quien rápidamente aparto la mirada. Empleando ambas manos para ocultarse el rostro y arrastraré hasta la pared, donde comenzó a sollozar. Haciendo que los guardias, no dudaran en desenfundar sus espadas. Ante ello, el isleño insulto en su lengua natal, antes de hacer algo que jamás creyó ser capaz de hacer. Se dio la media vuelta antes de comenzar a correr en dirección al interior de la oficina de antes. — ¡Deténganlo! — Grito uno de los guardias, en lo que otro se acercaba a la asustada Lyria, quien no le dejo hablar antes de abrazarlo. — ¡Sáquenme de aquí, por favor! —
Los primeros guardias en entrar, fueron rápidamente superados por el isleño. Quien, en rápidos movimientos, se encargó de hacer caer a los dos primeros, y al tercero derrumbarse contra la pared al ser impactado por la silla para visitantes. El cuarto, en cambio, arremetió contra el hombre, haciendo que este terminara chocándose contra la mesa del difunto. Momento que Ragnar tomo parte del cordero y usándolo como arma, golpeando el rostro del guardia con la suficiente fuerza para alejarlo unos pasos, antes de caer producto de una patada del isleño.
Apenas Ragnar alcanzo a respirar, cuando más guardias entraron, con espadas en mano. Ante ello, Ragnar tomo la copa de vino a medio tomar para lanzársela a otro guardia que se atrevió a acercarse, dándole el tiempo suficiente para saltar sobre la mesa y caer al otro lado. —¿Pero qué es lo que está haciendo? — Pregunto otro de los atacantes en cuanto el guardia que había sido golpeado por el cordero, se recompuso y fue el primero en atacarlo, momento en que el isleño lo tomo de ambos brazos para acercarlo hacia sí, siendo a tan poca distancia que lo empleo para abalanzarse con él, en dirección a la ventana.
Ambos gritaron, rodaron y maldijeron al deslizarse por el techo de las oficinas hasta ser recibidos por el suelo. Al menos, el desafortunado guardia, quien recibió el impacto junto al peso del errante. Desde la calle, varios transeúntes se acercaron, siendo guiados más por la curiosidad que por genuina preocupación por el bienestar. Antes de ser disuadidos de su curiosidad al escuchar desde lo alto, las órdenes de la guardia que dictaban la captura del extranjero. Quien, para ese momento, ya se había arrastrado lo suficiente como para haber pasado la calle y ponerse de pie antes de adentrarse en los callejones. Dejando tras de sí, la orquesta de amenazas, órdenes y preguntas, que aclamaban su nombre. Ragnar se sumergió en lo profundo laberinto de calles del barrio mercantil. Hasta que tuvo la oportunidad de encontrarse una esquina con la ventana abierta que daba al interior de un almacén, sin dudarlo, se dejó caer en su interior cuando su cuerpo dejo de reaccionar, producto del cansancio del esfuerzo, antes de notar como una mancha rojiza emergía de su abdomen. No deseo saber de qué se trataba su herida, el agotamiento era suficiente para querer enfocarse en algo más. Rápidamente, busco la piedra de comunicación de su cinto, en espera de Ayuda, Pero al hacerlo, la máxima desesperación lo invadió hasta gritar, al darse cuenta, que se había quebrado en la caída.


