La balada de los errantes:
- Ciaran. D'ruiz
- 4 jun
- 34 Min. de lectura
Capitulo 1: El baile de mascaras
“Escuchadme, hijos míos, pues mi palabra es la palabra del Señor, y de Él proviene el origen que nos guía. Él confía en nosotros para transmitir su mensaje. Aun cuando el daño sea infligido, sus palabras son sabias: el perdón es fácil de otorgar, pero la confianza debe reconstruirse. Es su voluntad que nos unamos en tiempos de incertidumbre...”
—Primer sermón de la Iglesia del Hacedor, pronunciado por el sumo pontífice Samael de Nales, tras la firma del Tratado de Tregua con los reinos del norte.
El interior del carruaje se estremecía de tanto en tanto, sacudido por los baches del camino y la irregularidad del terreno. Después de dos días recorriendo los caminos del nuevo reino, los tres pasajeros comenzaban a resentir el encierro. Cada uno, a su manera, encontraba formas de hacer más llevadero el trayecto. Siendo la más destacada, Nymia Valessen, quien no solo resaltaba por su apariencia, alta, delegada, de ojos grandes y sonrisa pequeña. Empelaba ropajes sencillos para alguien de su estatus, alegando ante las observaciones de los dos pasajeros que, prefería algo cómodo de uso común, porque su valía no estaba en su apariencia, sino en su mente. — Debo de estar preparada para las peticiones que nos encontremos. — Añadía cada que terminaba una pila de pergaminos y libros.
Los cuales recopilaban desde noticias del nuevo gobierno, hasta peticiones de cada lugar que visitaban, junto con reclamos o peticiones de aldeas, fortalezas o de la nobleza local, cada una, mayor o peor de la anterior. Haciendo que su trabajo, fuera una pila interminable de notas, cifras y observaciones que anotaba en informes. Solo en los momentos que el carruaje se detenía para descansar, se tomaba el tiempo para redactar nuevas propuestas al igual que comer algo, antes de pasárselas al segundo pasajero.
Quien a diferencia de ellos. El malestar del camino poco o nada alcanzaba a perturbarlo. A menos que fuera algo específico, solía centrar su atención en los textos que leía a lo largo del camino, ahora, siendo el noveno que obtenía de un vendedor ambulante. —Pronto no quedará espacio en el carruaje con tantos libros —solía quejarse el tercer pasajero, un hombre joven de complexión firme y mirada vigilante. Vestía una armadura de tonos grises con el emblema azul de Agatha: una torre coronada por una escalera de libros. Su nombre era Lazkiel Lexxiuz, aunque su forma intimidante, hacia que cada interacción con su persona fuera más extraña que la anterior. Haciendo que se preguntara, el motivo por el cual, su señor decidió traerlo de guardaespaldas, en vez de alguien más de su sequito personal.
Lazkiel no leía ni debatía con ellos, tampoco compartía su opinión o entablaba conversación más allá de lo necesario. Haciendo que se preguntara, si siquiera sabría leer o si entendía algo de lo que hablaban. Sus ojos grises siempre se detenían para estudiar mapas, afilar armas o revisar nuevamente los papeles, alguna vez intento preguntarle sobre las marcas en los mapas que solía ver — “¿Escribes en rúnico como los isleños, o son marcas de estrategias?” —Pero el solo la miro unos instantes antes de soltar un gruñido, para acto seguido, dibujar un círculo alrededor de una aldea, tachándola con un símbolo que ella no reconoció.
Antes de replicar el comentario del hombre, el carruaje se detuvo en un fuerte sobresalto, haciendo crujir la madera bajo sus ruedas y sacudiendo el interior con la suficiente fuerza para que Nymia casi dejara caer su tintero, pero desperdigando los libros que reposaban a si lado. Por otro lado, Lazkiel fue el primero en reaccionar, sin soltar la daga que revisaba, se incorporó sin decir palabra alguna.
—Esperad aquí. Lo revisaré —murmuró con voz áspera, abriendo la portezuela y desapareciendo al otro lado con paso firme. Con el arma en alto, luego de dar una señal para que aguardaran.
Un silencio incómodo quedó flotando en el aire. Solo el traqueteo residual del movimiento perdido llenaba el espacio. Nymia, incapaz de tolerarlo por mucho tiempo, desvió la mirada hacia el hombre que seguía leyendo, aparentemente imperturbable. Incluso preguntándose como no había soltado el libro o reaccionado de otra forma. Aquella quieto le parecía tan extraña como fascinante.
Un silencio tenso llenó el aire. Solo el eco lejano del carruaje amortiguado se hacía presente. Nymia, impaciente ante la quietud, desvió la mirada hacia el hombre, quien continuaba leyendo como si nada hubiera ocurrido. Se preguntó cómo podía mantener la calma, sin dejar caer el libro ni mostrar signo alguno de inquietud. Su serenidad le parecía a la vez desconcertante y fascinante.
—¿Lo has leído antes? —preguntó, intentando que su voz sonara casual—. "Concilios, treguas y ascensos"… Siempre me ha parecido demasiado parcial. —Pensó en el título del libro, uno enfocado en los mayores logros y errores de diversos lideres que han recorrido la iglesia imperial.
Ante sus palabras, el hombre cerró el libro con suavidad, marcando la página con un fino cordel de cuero. Alzó la vista hacia ella, sus ojos azules brillando con una intensidad que capturó su atención como un cuadro. En especial el tono azul, que solía recordarle a dos perlas, que podría haberse quedado mirando durante horas; sin llegar a sentir fatiga ante ello. Algo que solía fascinarla cada que lo veía.
—La historia rara vez es imparcial —respondió—. Pero sirve para entender cómo piensan aquellos que justifican su poder con palabras sagradas. —Golpeó suavemente el lomo del libro—. El poder se sostiene en la creencia; por eso busco comprenderla.
Nymia entrelazó las manos en el regazo. Sintiéndose en sus días de estudiante en la universidad, preparándose para debatir ante una exposición.
—¿Crees que el sumo pontífice Samael hablaba en nombre del Hacedor… o solo de los nobles que necesitaban la tregua? —Nymia jugueteó con el borde de un pergamino—. Mi padre decía que la fe es un martillo: golpea donde la mano que la empuña desea. Incluso al pensarlo, la guerra con el norte, sobrepaso la frontera e incluso llego a alcanzar el exterior del imperio. Incluso mis padres aun suelen mencionar el tema cada tanto. Cuando voy a verlos.
Él asintió lentamente. Escuchando con atención sus palabras.
—Ambos. La fe puede ser instrumento de dominación o puente hacia la paz. Todo depende de quién la maneje. —Dejó el libro a un lado—. Igual que el poder político. Puede servir para construir, si se usa con sabiduría. Fue eso, lo que ayudo al imperio a resistir y avanzar.
Ella percibió en sus ojos una curiosidad profunda, no crítica, sino reflexiva. Un acto que le recordó a sus profesores cada que sentía que decía algo que era apropiado. Dándole confianza para continuar hablando. Una vez que se sintió lista, hizo un gesto mostrando su interés en continuar, aunque la pregunta que vino después hizo que ella no pudiera responderla.: — “¿Qué crees que estamos construyendo, Nymia?” — La pregunta flotó en el aire, tensa. Ella pensó en respuestas idealistas, pero ninguna parecía adecuada para él; desde aquellas que se centraban en crear un nuevo mañana, hasta las que se enfocaban en cambiar lo destruido, pero, ninguna parecía apropiada, en especial para él, quien no era un erudito de la academia o un profesor, sino un señor, su señor.
—No lo sé… mi señor —dijo con inseguridad.
—No necesitas tanta formalidad. —Hizo un leve gesto con la mano—. Puedes usar mi nombre.
El sonido del nombre la estremeció. Nombrar algo con su verdadero nombre era concederle existencia, reconocer su poder sobre ti. Pero lo dijo:
—Está bien… Andreus.
Él asintió, complacido.
—La verdad es que nadie sabe lo que construye. Solo podemos intentarlo… por los que quedaron atrás, por los que caminan con nosotros, y por los que vendrán.
—¿De verdad lo crees?
—Las casas que me opusieron fueron erradicadas. — Se detuvo un segundo al decirlo, aun alcanzaba a recordar el rostro de Lurcen. — Sus sombras seguirán rondando los pasillos de la corte, susurrando en los oídos de emisarios, de los cortesanos y sirvientes. Dictando alianzas y creando dificultades. Pero ante el pueblo, serán olvidados, ya que ellos no olvidan quien los salvo, quien les ayudo y quien se mantuvo a su lado. Lo hizo mi abuelo, lo hizo mis padres y ahora, lo hare yo.
Nymia lo observó, considerando su siguiente pregunta.
—¿Crees que el Imperio te restauró por justicia?
Él soltó una risa amarga. Recordaba sus tratos con el emisario del emperador una vez que su ejército llego a la frontera. Los tonos blancos, dorados y negros, de sus ejércitos, no habían pisado la frontera en tanto tiempo, que gran parte de los que llegaron a presenciarlo, pensaban que se trataban de fantasmas. Pero, la realidad era otra, una, incomoda que pocos sabían, y ahora, ella también.
—Por conveniencia. — Paso la mano por su bigote. — Exponer la corrupción de las casas fue un golpe, pero también desenmascaró la ceguera del emperador. Tener que aceptar que quienes puso a cargo de la frontera, los mismos que me condenaron; quienes se encargaron de hacer tratos con el enemigo, de suministrar información y cultivar la corrupción, fue suficiente para obligarlo a actuar. No me ejecutó porque tendría que admitir su error. — Soltó una leve sonrisa al decirlo. — Así que me concedió la frontera, reconociéndome nuevamente como un Tenerius, y otorgándome el privilegio de instaurar el orden. Pero fue un castigo disfrazado de victoria. Tan solo falta un error para que solicite mi cabeza.
— Pero... —Dudo un segundo, antes de hablar. — Hizo más en dos años que muchos otros señores. — Añadió con temor. —Entre la peste que emergió en la capital, la guerra y las reformas para repelarla. Agatha quedo asilada, pero usted se encargó de darle una oportunidad.
Andreus giró el rostro hacia ella. Con los ojos puestos en ella.
—El silencio ha sido mi mejor arma. Con él, reinstauré el consejo de la frontera con casas menores, tanto aliadas como enemigas. Un acto de necesidad que por otro motivo. La iglesia nos presentó su apoyo, luego de asegurarnos que se volvería a dar reconocimiento en la frontera. Solo en el interior del imperio es aceptada como una ley absoluta, pero aquí en el exterior, poco o nada alcanza a llegar su palabra. — Tomó el libro entre sus dedos. Preguntándose que tan correcta seria aquella promesa, de extender el poder de la fe, aunque en realidad, la gente la necesitaba, aunque fuera prestada. — Y aun ante ello, no es suficiente para aceptarme por completo.
— El pueblo sigue agradeciendo los alimentos y el apoyo en la agricultura y el ganado. Incluso las aldeas más aisladas, reconocen su existencia.
—No es el pueblo quien genera resistencia, son los nobles. Una vez que he abierto la entrada a los no humanos; se han organizado para volver a extender la idea de la primicia humana y que deben ser condenados. Pero si supieran que ellos ya habitaban antes que nosotros y que, si no fuera por ellos, no tendríamos alimentos para sobrevivir estos tiempos de restauración. —Dejo la palabra suelta, negando con la cabeza. — Solo falta un motivo para que vuelvan los tiempos de las masacres.
—No creo que lo hagan... no próximamente.
— Tu seguridad es admirable, pero si hay algo que une más a las personas, es tener algo en común que odiar.
— ¿Por eso acepto a los isleños?
— Si. Pasaron siglos saqueando la frontera, su fuerza naval podía recorrer los ríos, nuestra mayor debilidad. Ahora que comerciamos con ellos, es seguro el pasaje y la exportación de bienes. Ese ingreso será suficiente para mantener a los nobles al margen, hasta que encuentren otra razón para atacar.
— Solo has obtenido aliados para un reino en decadencia.
— Uno, que depende de un hilo. Tengo a la iglesia y al pueblo a mi lado. Pero no tengo apoyo de la nobleza ni un ejército que me auxilie.
Andreus soltó un extenso suspiro. No era un líder, ni un rey, o gobernante, era solo un hombre fatigado en ese instante. En parte, recordaba con cierto aprecio el asedio, el haber tenido la oportunidad de llevar a tan pocas fuerzas para conquistar su hogar, era un logro militar, pero una vez obtenido el lugar e instaurado el acuerdo con el imperio, no fueron pocos, sino casi la totalidad que se marchó después, dejándolo vulnerable.
— ¿Ha considerado volver a contratar mercenarios?
— Las bóvedas se han centrado en restaurar gran parte de la tierra. De contratar partidas de mercenarios, significaría entrar en deuda con el tributo al emperador. Si apenas podemos pagarle cada semestre, con no hacerlo una sola vez, será suficiente para dirigir sus tropas hacia nosotros, y no en apoyo.
— ¿Y los otros? ¿A aquellos que lo acompañaron o los no humanos?
—Los no humanos cumplieron su promesa de presentar su apoyo a cambio de la libertad de tener a donde pertenecer. Ante ello, el bosque se les fue dado. De intentar usarlos bajo obligación, sin honrar esa promesa, generaría otro enemigo. No, los necesito de aliados, pero no ahora.
— Debe de haber mayores alternativas, incluso recurrir a los prisioneros, podrían pagar su condena sirviendo.
Las palabras de Nymia sonaron con tanta naturalidad, que hicieron que Andreus la observara unos instantes antes de decir algo al respecto. Por la expresión de la joven, no era una idea que se hubiera formado de un momento a otro, sino que habría sido trabajada con detalle. Tomando el silencio de su señor, ella expreso que a raíz de la guerra; una gran cantidad de priones en cada región se había saturado de prisioneros. Tanto de soldados extranjeros, como de saqueadores o rebeldes que se negaron apoyar el conflicto. Siendo en sí, un problema mayor.
— Lo has estado considerando desde hace tiempo.
— Solo son alternativas. La formación de una legión penal de condenados, que luchen para obtener la paz es viable. Hay registros históricos que demuestran su uso en reiteradas ocasiones.
— También la nula formación de aquellas legiones. Si apenas podemos sostener un grupo leal a nosotros, ¿Qué capacidad tenemos para evitar que una legión de asesinos armados no se rebele y termine creando otro estado independiente de ladrones como en Per-Bahst — Andreus paso una mano alrededor de su cuello al pensar en aquellas tierras. — No, el pueblo no olvida lo que hice con parte de las fuerzas que decidieron quedarse con nosotros. Hice tratos con los saqueadores y bandas de bandidos de la región para obtener su apoyo antes de ejecutarlos una vez finalizado el asedio. De volver a usar una técnica así, podrían cambiar su imagen a nuestro gobierno, a la de un tirano.
Nymia cruzó los brazos sobre el estómago, como si intentara contener un escalofrío que ya recorría su espalda. Había escuchado rumores al respecto, de la disminución de diversas bandas de bandidos, permitiendo la reconstrucción de Agatha con mayor velocidad en comparación a la de otros lugares, pero al escuchar la causa desde la propia voz de Andreus, termino temiendo por lo que había dicho, a sabiendas de que el hombre que estaba ante ella era capaz de jugar con las vidas de individuos de tal manera.
No intercambiaron palabras, incluso no tuvieron la oportunidad una vez que la puerta del carruaje se abrió en par. Encontrándose con Lazkiel quien se encontraba cubierto de barro y una pequeña herida en el rostro. Manteniendo la misma actitud neutral, cerró la puerta tras de sí, antes de tomar un pañuelo y limpiarse la herida, ante la mirada de ambos presentes quienes esperaron antes de dirigirle la palabra.
—Estamos en Ostelia —dijo, sacudiéndose el polvo de las botas.
—¿El pueblo de los Tharne? —preguntó Nymia, buscando entre sus archivos un mapa de la región, donde habían anotadas las diversas viviendas de nobles menores con los que se habían pactado alianzas para apoyar el gobierno.
—El mismo. —Lazkiel asintió—. Aún ondean sus estandartes en la plaza. Plata y vino, el halcón con las alas plegadas. — Soltó un pequeño gemido en cuanto termino de organizarse la herida. — Estamos cerca de la entrada, apilaron restos de troncos y carretas para evitar el paso, en cuanto notaron la bandera de nuestro señor. — callo un momento al ver a Andreus. — Detuvieron a uno de los guardias más adelante e intentaron apedrearlo. Fue el motivo que hizo detener al conductor.
— ¿Quién se atrevió a lanzar la piedra?
— Un niño.
— ¿Tu lo...? — Intento preguntar Nymia, pero temía obtener la respuesta.
— No, su padre lo detuvo antes de que volviera a intentarlo y se lo llevo, pero la turba aún se mantuvo firme.
—Y nadie los detuvo —dijo Andreus, más como afirmación que como pregunta. — ¿Que hicieron los guardias?
— Di la orden de guardar las espadas, y mandé a buscar al líder de la aldea. Hablo en nombre de su pueblo, mencionando que desde que se acabó la guerra, ningún noble ayudo a reconstruir el pueblo o presentar apoyo. Varias familias terminaron falleciendo y sus jóvenes huyeron al bosque convirtiéndose en ladrones. Nos atacaron pensando que se trataba de Lord Tharne, querían hacer sentir su malestar. Pero al saber que se trataba de usted, el miedo hizo se alejaran. Pidiendo perdón por temor a la represalia.
El silencio en el carruaje se hizo espeso por un instante. Andreus no hablaba, pero Nymia, inquieta, buscó entender el trasfondo.
—¿No se supone que Lord Tharne es uno de sus aliados?
Andreus soltó una un suspiro breve: —Lord Calveth Tharne fue uno de los primeros en inclinar la cabeza después del asedio. No por convicción, sino por oportunidad. Su casa había servido como brazo logístico de los Marveine durante años. Graneros, rutas de caravana, herrerías del norte... Toda su riqueza estaba atada a la antigua administración.
Miró por la ventanilla en cuanto el carruaje comenzó a moverse nuevamente. A lo lejos, los campos cultivados parecían ondular con el viento, siendo más un recuerdo del pasado que una oportunidad del presente.
—Cuando los Marveine cayeron, él supo que su caída era solo cuestión de tiempo. Se rindió antes de ser acusado. Me ofreció víveres, carros, y una promesa de paz. Pero nunca habló en público. Nunca firmó nada con su puño. Todo fueron palabras y testigos convenientes.
—¿Y por qué aceptó su alianza? —preguntó Nymia, con genuina curiosidad.
Andreus se encogió de hombros.
—Porque en ese momento, necesitaba columnas que mantuvieran en pie el templo. Aunque fueran de barro.
Lazkiel apoyó la mano en la empuñadura de su espada. Estaba claro que no le agradaba lo que había visto.
—Tal vez se ha cansado de fingir. O tal vez solo quiere recordarnos que esta sigue siendo su tierra. Su pueblo.
Andreus meditó unos segundos antes de hablar.
—Ostelia era un pueblo leal antes de la guerra. Cuando mi casa fue traicionada, muchos de sus hombres sirvieron como vigías para los Marveine. Desde allí se interceptaban mensajes, y se impedía el paso de ayuda desde el oeste. No me sorprende que aún me vean como un enemigo.
—Y, sin embargo —añadió Nymia—, Lord Tharne organiza un baile para recibirlo esta noche.
—Cortesía imperial —murmuró Andreus—. Nada une a los nobles como una orden del trono. Este baile no es un homenaje. Es una mera formalidad de ver a los ojos a quien sirven y saber si ser leales o no. — Hizo un ademan con la mano al terminar la frase. — Un desfile donde todos esperan que me resbale en la pista. — Se acomodo otra vez en su asiento, antes de tomar el libro que traía consigo. — Me gustaría saber que quiere demostrar.
Lazkiel dudo, pero se aferró a su espada antes de hablar en un tono más grave.
—He oído rumores entre los arrieros. —Se mordió parte del labio, esperando no ser inoportuno. —Se bien que no aprueba que le traigan rumores sin confirmar, pero considero que es importante que lo sepa.
— Habla.
— Lord Thrane ha gastado parte de su patrimonio en invitar diversos nobles de las demás regiones de la frontera. Gran parte en las decoraciones, adornos, alimentación y entretenimiento, pero, en especial pago a una banda de mercenarios para que apoyara en la vigilancia.
— Es un noble queriendo demostrar que tiene más, ¿Por qué traes consigo esta información?
—Por qué. — Lazkiel aparto la mirada en cuanto lo dijo. — la protección está a cargo de Bershka Mac Tell.
Andreus abrio los ojos, mostrando un atisbo de duda, antes de que su semblante volviera a la formalidad habitual.
— ¿Por qué estas tan seguro?
— Hablaron de un pequeño grupo de cincuenta hombres, liderados por una mujer de Zerrik, que caminaba junto al emblema de cadenas rotas bajo un fondo rojizo. La misma que se observó cuando usted asedio... cuando conquisto la corona.
Andreus evadió cualquier intento de preguntarle al respecto. La disminución de su ejército era bien conocida, pero de las personas que lo acompañaron en su sequito personal, solo lo rodeaban de rumores. Desde avistamientos del gigante de armadura verdosa cerca de los bosques repletos de no humanos, hasta menciones del isleño que ahora figuraba como un portavoz de su voluntad en otras regiones. También la mención de una extraña mujer de ojos violetas que solía verse cada tanto por el castillo, solo para desaparecer al día siguiente.
He incluso la mención de otros que, aunque no lo acompañaban, el solía visitarlos en persona en el nuevo pueblo de Warik en las afueras de la ciudad, donde lo que antes eran tierras vacías, ahora eran empleadas por mercenarios extranjeros como un hogar. Eran las diversas historias que solían acompañarlos, desde menciones en Aett al luchar en favor del nuevo gobernante de las islas, hasta en los alrededores de los bosques de hierro de Roble Blanco en la frontera con Oswinter. Eran diversas las historias que acompañaban a Andreus y lo que hizo durante diez años, siendo la única certeza, que había luchado en nombre de la mujer de Zerrik y poco más.
El resto del camino se tornó silencioso, volviendo a la rutina realizada a lo largo del viaje. Nymia, retomaría sus pales al estudiar, Lazkiel se centraría en plantificar las rutas venideras, pero quien no cambio, fue Andreus, no retomo la lectura, tan solo se mantuvo observando el paisaje el resto del camino hacia la mansión. Cada tanto reaccionaba ante los cambios del terreno, desde las aldeas hasta los campos, pasando por los bosques o pequeños ríos que acompañaban el paisaje. En su mirada, se mostraba una ávida atención por lo que los rodeaba, pero poco más alcanzaba a leerse en su rostro.
Pronto el carruaje fue disminuyendo la marcha, una vez entrado en un camino de cipreses alineados, cuyos troncos viejos se retorcían como si quisieran apartarse del paso de los visitantes. A cada lado, faroles de aceite comenzaban a encenderse con la caída de la tarde, proyectando sombras largas que se mezclaban con los murmullos del viento y el rodar apagado de las ruedas. Ante ello, desde su asiento, Andreus aparto ligeramente la cortina de terciopelo azul, para divisar las torres del salón de los Tharne.
Ambas se alzaban como lanzas que alcanzaban a acariciar el cielo en un acto. La mansión de los Tharne, no poseía murallas gruesas, ni almadeas militares. Mostrando un aura de riqueza y prestigio acumulado, una invitación abierta ante su poderío. Nymea se acercó a la ventana, arrugando la frente al ver los jardines del patio, los sirvientes que corrían de un lado al otro por el patio: — Su pueblo sufre por sus hijos y el celebra una fiesta. — Murmuro luego de regresar a su asiento.
— ¿Reconoces los estandartes Nymea? — Pregunto Andreus en cuanto el carruaje se detuvo. Dejando sus libros a un lado, para tomar una capa con el emblema de los Tenerius.
—Son, un momento —dijo Nymia en voz baja, mientras abría un pequeño cuaderno con dibujo estoicos de diversos emblemas—. Dos estandartes de la Casa Reth, uno de los Darné… y parece que los Yvellen también han venido.
—¿Y qué te dice eso? — Volvió a preguntar Andreus, extendiéndole la mano a la dama para ayudarla a bajar.
— Una pérdida de recursos. — Hablo Lazkel después de bajar, y ver el terreno.
— Puede ser, pero... Lord Calveth no ha organizado un baile. Ha organizado un tribunal enmascarado —respondió ella.
Una vez en el exterior, Andreus le dio las gracias al conductor por tan ardura travesía, solicitándole que descansara la noche y en la mañana se verían. Momento que Lazkiel tomo la adelantara para observar el lugar. En pleno jardín, una docena de mozos aguardaba para recibir vehículos, y dos heraldos vestían los colores negro y dorado de los Tharne; antes de darle órdenes a los sirvientes para que acompañaran a los recién llegados. — Esto es un error, hay demasiados puntos vulnerables aquí. —Añadió el guardaespaldas en cuanto regreso con Andreus.
Quien se había colocado la capa sobre los hombros y ajustado la túnica de brocado sin excesos. Llevaba una jafa que ayudaba a resaltar su estado físico, pese a años en movimiento, dos años en el trono, habían hecho que subiera de peso; no lo suficiente como la nobleza local que presentaba con orgullo su estatus ante mayor circunferencia, pero si lo suficiente para reconocer que la diciplina de mercenario, se había debilitado en cuanto a lo físico.
Los guardias que habían custodiado el carruaje se habían divido en dos grupos, el primero marcho a revisar el perímetro para sumarse a las fuerzas de vigilancia, y el segundo obligado a tomar descanso luego del viaje. Haciendo que fueran apenas seis hombres sumados a ellos tres, los que los acompañaron hasta la escalinata, la cual ascendía hasta un pórtico amplio, iluminado con antorchas, donde aguardaba Calveth Tharne, sonriente y perfectamente vestido. Quien portaba una máscara de tonos dorados, con su sonrisa le daba la bienvenida a los nobles que asistían. Pero en cuanto observo a Andreus, no dudo en hacerle una extensa reverencia.
— ¡Oh, mi señor! ¡Nos honra con su presencia en mi hogar! — Hablo Calveth en cuanto alzo la cabeza, haciendo un gesto teatral al saludarlo. — El crepúsculo ha empleado sus mejores colores para anunciar vuestra llegada.
Andreus asintió en silencio antes de hacer una reverencia.
— Observo que no has escatimado en detalles y en invitaciones. — Añadió sutilmente en cuanto observo la llegada de algunos nobles, que, aunque no los saludaron, al verlos hacían todo lo posible para llamar su atención o distanciarse en cuanto les era posible.
— Solo lo mejor en tiempos de paz, gracias a usted, han sido dos años maravillosos para todos, inclusive para mi familia, ¿Cómo no honrar a quien hizo todo esto posible?
Había algo extraño en la mirada de Calveth al hablar; pero la manera en que se movía y apretaba el bastón que empleaba al caminar, delataban que se encontraba nervioso, aunque no entendía el motivo. Por lo que antes de poder decir algo, fue Nymia quien se apresuró a presentarse, haciendo una reverencia que desconcertó al noble, que le tomo unos instantes corresponder, sin llegar apartar la mirada de Andreus.
— Soy Nymia de Valssen, es un honor conocerlo señor Tharne, vuestro tratado comercial con el estado independiente de Roble Blanco aún se sigue estudiando en la universidad de Lux, es un honor tener ante mí, tan gran erudito.
Calveth mostro una sonrisa tan cuidada, que, aun debajo de su mascara, una sensación de desconcierto podía evidenciarse. Aquel tratado no solo había sido firmado por los Tharne, sino por las antiguas casas que gobernaban antes de la reconquista de la corona. Incluido los Tenerius, haciendo que Andreus observara detenidamente a Nymia, quien ignorando la aquello, continúo hablando.
— ¿Es posible concretar una reunión con Elodin de Mollet? Sus aportaciones fueron un deleite.
Calveth dudo un poco al verla, un extraño brillo cruzaba su mirada del noble. Haciendo que fuera incapaz de determinar para Andreus, si se trataba del orgullo de la nobleza al ser halagado, convirtiéndole en arrogancia o si era algo más, pero al no saberlo, tuvo que aceptar la actitud de lord Tharne quien termino haciendo una reverencia antes de tocarle suavemente la mano a Nymia, de quien el rubor de sus mejillas mostraba su desconocimiento antes tales actos.
— Seria un placer poder compartir en privado señorita Nymia. En especial una vez dentro de la velada.
Lazkiel hizo un poco de ruido al ponerse al lado de ellos, momento en que una pequeña patrulla de tres guardias emergió de la esquina, captando la atención de Andreus al observarlos. No vestían los colores de la casa Tharne, ni de las diversas casas menores que recorrían los jardines, en cambio usaban armadura de malla con algunos refuerzos de cuero, bajo un emblema de cadenas rotas. Los mercenarios al observar a Andreus, se detuvieron, antes de llevar un puño al corazón en señal de respeto.
— ¡Ah! Veo que reconoce a nuestra guardia invitada. — El tono de Calveth era una extraña mezcla entre sorpresa e ironía. — No se preocupe por el trato hacia ellos, me he encargado que reciban las mejores comodidades entre la guardia, en honor a vuestro logro.
Andreus asintió en silencio, siguiendo con la mirada a aquellos hombres a medida que se alejaban. No pudo evitar el sentimiento de nostalgia que lo invadió: añoranza por los días de patrulla, cuando preparar, defender y compartir al lado de camaradas convertía lo duro en llevadero… incluso en verdadero. Ahora, en cambio, al entrar en la mansión, todo había mutado. Aquel lugar no era un espacio de celebración: era un extenso campo de juego político. Siendo pocos con decencia para disimular la sorpresa al verlo atravesar el salón.
En un abrir y cerrar de ojos, una oleada de susurros recorrió el recinto. Los nobles menores, agrupados cerca de la entrada, apenas podían hacer más que observar, aunque no faltaron quienes vieron en aquella aparición una oportunidad para ascender. Algunos se acercaron para presentar sus respetos, ofreciendo palabras y promesas: una larga cadena de apretones de mano, invitaciones a palacios, propuestas de tratados, peticiones disfrazadas de consejo. Todos, con el velo común del ideal de servir a la frontera y al territorio.
Fue Nymia quien, con su ingenio habitual, se encargó de contener la marea. Con gesto firme y palabras calculadas, filtraba solicitudes, organizaba citas, y delegaba con sutileza. Incluso Lazkiel colaboraba empleando aquella actitud distante y atemorizante capaz de disuadir hasta los más persistentes, a aquellos que solo buscaban la gloria de compartir un momento al lado del Señor de Agatha. Siendo para Andreus, un acto de cautela; midiendo cada palabra, gesto, y acto, siendo una pieza en el delicado ajedrez de la corte. Danzaba al ritmo de lo esperado, aunque, por momentos, su mente se alejaba del presente.
Observaba. La alfombra roja que combinaba con las cortinas de terciopelo, los candelabros alineados con precisión ceremonial, los cuadros que colgaban de las paredes: escenas gloriosas de la familia Tharne, de la fundación de Letheria y la construcción de la Fortaleza de la Corona. Incluso uno —más grotesco que heroico— sobre la Guerra de los Cien Años y la expulsión de los no humanos del Imperio. Unos pocos fueron autorizados a quedarse, aunque confinados bajo leyes estrictas y zonas asignadas.
También se fijó en los soldados. Los relevos eran precisos, desde los que custodiaban la entrada hasta aquellos que recorrían el salón. Intercalando entre mercenarios y guardias, dejando una breve abertura en sus movimientos, pensó en aquella debilidad, pero la dejaba pasar al ver como cada tanto, alguno se encargaba de sacar discretamente a un noble demasiado ebrio. Aquello arrancaba una sonrisa al Señor de Agatha, sobre todo cuando escuchaba las excusas repetidas que iban desde su estatus hasta reputación, pero nada de ello parecía importar. Por lo que llego a pensar lo siguiente: —“No importa el cargo que poseas, sigues siendo un hombre”— viendo a uno de ellos marchar tambaleándose o, mejor dicho, arrastras por la guardia.
Cuando volvió en sí, Nymia ya había despejado el cúmulo de gente a su alrededor. Con gesto resignado, pidió una copa de vino —casi la botella entera en un susurro a un sirviente quien negó con la cabeza tal acto— mientras murmuraba números, fechas e ideas que había recogido al vuelo: —Los Reth y Darné… solicitaron reuniones personales en sus tierras dentro de dos semanas —dijo, vaciando la copa de un trago antes de hacerle un gesto a un sirviente por otra—. Y los Yvellen acusan a sus vecinos de esconder no humanos y afectados por la guerra. Lo que significa que…
No terminó la frase. Ya bebía de la segunda copa, antes de llevar una mano a la cien y frotarla delicadamente. Organizando en su propia mente, un calendario detallado de todo lo que habría por venir, haciendo que susurrara o mencionara los temas a medida que bebía. Aquella actitud llegó a parecer entrañable a Andreus. Sonrió con ternura disimulada, justo cuando las voces del salón comenzaron a atenuarse y los músicos tomaron protagonismo.
Algunas velas se apagaron, y una luz tenue se alzó en el centro del salón. Las cortinas se abrieron en par, y mediante espejos dispuestos con arte, el techo se transformó en una corte de estrellas. Llegando a considerar aquello como un acto producto de la magia. O al menos lo que decían los incultos ante el tema, pero aquella ilusión fue suficiente para evitar los murmullos y atraer a todos los espectadores. En medio de todo ello, el anfitrión dio un paso al frente, al extender su mano una noble, quien con paso nervioso se acercó hasta él, siendo la inauguración del baile, que pronto, otros imitaron.
Nymia observaba todo con una mezcla de asombro y extrañeza. Por eso, cuando Andreus le habló, apenas logró reaccionar.
—Disculpe, mi señor… ¿Qué fue lo que preguntó? —balbuceó.
La mirada serena de Andreus contrastaba con el espectáculo que lo rodeaba. Le recordó a Nymia las historias de hadas que su padre le contaba cuando era niña.
—¿No preferirías bailar?
Nymia apartó la mirada, incómoda.
—¡Sí! Digo, no… no, por favor —negó mientras sostenía la copa con ambas manos—. El baile nunca fue mi fuerte en la academia. Habría preferido un examen sobre el linaje completo desde el emperador Hourgus hasta Andersfel, antes que quedar en evidencia frente a la nobleza. ¿Acaso ha olvidado lo que le ocurrió a la familia Hearty, cuando descubrieron que su primo no sabía comportarse en sociedad? Fueron excluidos de todos los eventos importantes. Perdieron influencia. Años de decadencia…— Cerró los ojos y suspiró. —Eso es lo último que quiero para mi casa. Digo… para su reputación, mi señor.
Andreus soltó una risa. Una risa sincera, despojada de protocolos, que reveló algo más humano detrás de la máscara de político y gobernante. Pero la figura cálida se desvaneció en cuanto una voz distinta irrumpió: —Aceptaría la invitación a bailar… si es que aún no has olvidado cómo hacerlo.
Andreus giró la cabeza con un leve sobresalto. Allí estaba ella. De cabellos negros como tinta, ojos verdes como esmeraldas. Piel de terracota agrietada por el sol y el esfuerzo bajo este. Su cuerpo, fuerte y tonificado, parecía desbordar el vestido que llevaba dándole una apariencia juvenil. Una belleza extranjera, apenas opacada por la cicatriz que marcaba su mejilla y su ojo izquierdo.
—Bershka —dijo él, como si el nombre hubiera esperado años por pronunciarse.
—Teniente —respondió ella con una sonrisa ladeada. Le tendió la mano, y él la tomó sin dudar.
—Temía que hubieras perdido el respeto.
—Y yo, que hubieras perdido el buen gusto.
Caminaron hacia la pista de baile, seguidos de inmediato por una cadena de murmullos. Rumores: antiguos amantes, enemigos implacables, traiciones, espías. Todo se tejía en torno a ellos. Nymia, siempre alerta, se apresuró a registrar cada palabra.
—Me preguntaba si te habrías convertido en un idiota orgulloso apenas tomaras el poder —dijo Bershka, girando con gracia, sin perder el filo de su lengua.
—¿Y lo hice?
Ella sonrió, y él la hizo girar con un gesto suave.
—He de admitir que me sorprendió cómo trataste a nuestros hombres. Algunos creen que volverse mercenarios locales fue una bendición. Otros lo ven como una humillación.
—La lealtad se paga con aprecio —susurró Andreus, cerca de su oído—. Era lo mínimo que podía darles, después de que se jugaron la vida por mí.
—¿Y a los muertos? ¿Cómo les pagas a ellos?
—Con memoria.
Aquello la hizo titubear, pero solo un instante.
—Esperaba que te quedaras en el poblado —continuó él—. O que aceptaras un puesto en mi séquito. No te faltaría nada. Lo sabes.
—Cuando entraste bajo mi mando, no esperaba mucho de un esclavo que insistía en llamarse noble —respondió ella, bajando el tono—. ¿Temes que revele esa parte de tu historia? ¿O prefieres el mito del noble exiliado que construyó un reino con sus propias manos?
—No temo la verdad. Durante diez años te serví con lealtad. Nunca negué mis ambiciones. Y recompensé cada gesto de apoyo con creces.
—Pero hay algo que ni tu oro ni tu trono pueden dar.
—¿Qué?
—Lo mismo que buscaste durante toda tu vida. Libertad.
Andreus no respondió. Solo la guió en el siguiente paso.
—¿Crees que no les di libertad?
—Les diste comodidad, prestigio… pero no días para sí mismos. Olvidaste lo que era elegir tu propio destino.
—¿Y qué diferencia hay entre eso y lo que hacíamos? ¿Vendernos al mejor postor? ¿Pasar hambre? ¿Huir? ¿Dormir bajo la lluvia?
Esta vez fue Bershka quien no dijo nada. Solo se dejó llevar.
—Nunca tuvimos que fingir quiénes éramos —murmuró al fin—. Ahora diriges un reino… pero ¿qué has construido realmente? Alivias el dolor, sí. ¿Pero crees que puedes curarlo? ¿Sanarlo como sueñas? ¿Y pasar el resto de tus días al servicio de los demás te parece justo?
—Seré lo que mi pueblo necesite que sea.
—Entonces sé un hombre libre —dijo ella, susurrando, sin dureza—. No una marioneta de la nobleza. Ni del emperador. Ni un símbolo de la iglesia. Tu pueblo ha sufrido… y aún más sufrirá.
—¿Estás tan segura?
—Por más que des, jamás olvidaran quién eres. Siempre habrá gente dispuesta a rehacer todo lo que hagas, ¿Impondrás el cambio o caminaras con él?
Andreus no respondió. Ante lo cual, la capitana se distancio en un momento antes de volver a girar juntos y al acercarse, podía notarse el reflejo de las estrellas en la mirada compartida. Tan solo basto un segundo para que Andreus acariciara sutilmente a mano de ella, acto que del cual ella aparto la mano en una mirada mantenida. Volvieron alejarse, buscándose en la distancia por un instante, hasta que sus pasos volvieron a conectarlos, esta vez tan cerca, que le dio la libertad al noble de susurrar.
— Podrías quedarte. Aún hay mucho que hacer en esta tierra.
—No. — Vacilo un segundo, un acto que pocas veces había llegado a hacer. —No lo hare. En cuanto termine el baile, marchare con mis hombres hacia Per-Basht.
La mirada de Andreus se endureció ante sus palabras, haciendo que el siguiente movimiento fuera más rígido entre ambos.
— ¿Por qué vas hacia esa tierra de parias y monstruos?
Ella sonrió ante sus palabras, dándole gracia.
— Primavera. Tiempo donde los monstruos salen de su hibernación. Las rutas comerciales se abren y la necesidad de escoltas solo se compara con la riqueza que se ofrece.
— Podría darte todo eso.
— No, no lo harás. —Volvieron apartarse un instante, pero sin dejar de verse.
— ¿Y si lo ordeno?
—Ya te di mi respuesta, Teniente. — Respondió en un tono tajante, separando sus manos, pero ahora, recordando la marca de las cadenas que alguna vez llego a sostener.
Andreus sintió el vacío antes de verlo: sus manos, ahora sin nada que sostener, parecían extrañamente inútiles. Intento decir algo, pero no respondió. Puesto que la música dejo de sonar antes de alcanzar a idear algo. Para entonces, la corte se sumía en miradas indiscretas y susurros dictados. Todos ellos anotados por Nymia, quien no podía dejar de sentir alivio al percibir como la reputación de su señor mejoraba ante las cortes. Las historias de amantes encontrados, de un amor imposible o de un asunto pendiente, era suficiente para hacer que la corte se interesara en su señor, de un modo u otro, aquello lo beneficiaba. Para el momento que el baile termino, Andreus siguió con la mirada a Bershka, quien no correspondió tal acto, solo observándola marchar ante lo desconocido.
No era la primera vez que aquello sucedía. Eran incontables las historias en fortalezas, asedios, bosques o campos de batalla. Donde ella marchaba ante lo innombrable solo para volver después, dejándole a él, el deber de liderar en su ausencia. Eran escasos los momentos donde realmente llagaba a desarrollarse una preocupación por su bienestar, al asegurar que siempre volverían a reencontrarse. Pero aquella noche la incertidumbre no se desvaneció como tantas veces en el pasado, ahora, estaba solo. Ragnar no estaría ahí para enfrentarse a lo desconocido, ni Salomón para protegerlo contra las amenazas que lo rodeaban, ni su capitana para aconsejarlo en qué decisión tomar. Ahora era un señor, un rey sin aliados ni confidentes y a cualquiera que permitiera acercarse, solo lo pondría en riesgo.
Pensó en todo aquello en la medida que las luces volvían a su tono habitual y la pista era despejada, para dar paso al servicio, repleto de comidas y copas a rebosar que eran entregados uno en uno a los diversos invitados. Todos ellos, manteniendo las miradas puestas en su señor, intentando descifrar que era lo que se ocultaba en aquella mirada distante, sin saber, que la respuesta era tan simple que nunca lo habrían alcanzado a adivinar, era la ausencia de cuanto lo rodeaba, de la soledad que acompañaba el cargo, el poder.
Nymia miro aquella escena, una narrada solo en las historias de caballería que tanto leía en las bibliotecas, considerándolas románticamente melodramáticas, pero ahí estaba, desarrollándose ante ella, y en vez de sentir aquella excitación de la corte, aquel morbo invisible que solía extenderse cuando algo sucedía, lo único que encontró fue un sentimiento de tristeza, no entendía el motivo, pero la manera en que su señor observaba marchar aquella mujer, le hacía ver la despedida de otra forma. Incluso, en como los mercenarios desde sus puestos, hacían brevemente la señal en su pecho, en son de respeto, tanto hacia su capitán, somo a quien alguna vez lucho a su lado.
Llego a parecer extraño, como entre los guardias, parecían acercarse otros hombres, de apariencia extranjera, pero poca atención llego a darles, cuando su atención se vio atraía ante el tintineo de una copa. En lo alto de las escaleras se encontraba el señor de Tharne, aun mantenía una sonrisa extraña en la medida que esperaba que todos los presentes centraran su atención ante él, disfrutando cada segundo. Hasta estar seguro, alzo la copa en un gesto teatral.
—Honorables invitados —comenzó en un tono meloso, igual que un vino añejo. — Esta noche celebramos no solo la generosidad de este anfitrión. — Espero un instante en medio de las pequeñas risas compartidas. — sino en los notables cambios que han llegado a aquí, a nuestra querida frontera.
Hizo una breve pausa, con la cual se centró en ver a sus invitados en la medida que jugueteaba con el tallo de la copa. Ante lo cual, Nymia se distrajo pidiéndole otra copa de vino a un mozo que pasaba, pero este pareció ignorarla en la medida que continuaba caminando en dirección al centro, provocando un suspiro molesto de la ya alegre consejera, acto que rivalizaba con Lazkel que no dejaba de notar como los mozos comenzaban a retirarse y la guardia a moverse.
— Es gracias a nuestro señor por el cual brindo. — Señalo con la copa en dirección al señor de Agatha haciendo que algunos nobles se apartaran para observarlo. — Al tan ilustres Andreus Tenerius. Cuya magnanimidad ha permitido que hasta los más reacios encuentren lugar en esta nueva era.
El énfasis en "reacios" no pasó desapercibido. Algunos nobles contuvieron la respiración y otros intercambiaron miradas.
— Por los que supieron adaptarse —su mirada recorrió a los Reth y Yvellen, a las casas menores y a invitados extranjeros—, y por los que, lamentablemente, no vivieron para ver esta noche de esplendor. —Calveth terminó con una sonrisa que mostraba demasiados dientes—¡Que la sabiduría guíe siempre a nuestros líderes... y que la memoria no sea una carga demasiado pesada!
El mismo mozo que antes había ignorado a Nymia se acercó con una copa nueva. El líquido rojo brillaba a la luz de las velas. Andreus extendió la mano para tomarla, pero notó el temblor en el rostro del joven. Este movió la bandeja con torpeza, y el vino se derramó sobre el traje del señor de Agatha. Los nobles lo miraron. Murmullos, algunas risas contenidas. El mozo dejó caer la bandeja y se acercó con un grito: —¡Déjeme ayudarle! —Andreus retrocedió, y entonces una nueva voz se alzó: —¡Mi señor, cuidado! —gritó Lazkel, ya empuñando su espada.
Lo que vieron fue casi imperceptible: un destello. Una daga plateada surgió de la manga del mozo, directa al hombro de Andreus. El golpe fue desviado por Lazkel en el último momento. Un instante más, y habría sido el cuello. Ante lo cual, el silencio se extendió entre los presentes, incapaces de comprender lo sucedido, hasta que un nuevo chillido cruzo el salón; antes de que una lluvia de copas cayera. La música se detuvo, la armonía se quebrando y los gritos brotaron de todos lados.
—¡Traición! —gritó una voz entre la multitud, seguida del rugido metálico de espadas desenvainadas.
Lazkel empujó con fuerza al atacante caído, apartándolo de Andreus, y lo remató con una estocada precisa al atravesarle el corazón. La sangre del joven manchó las losas pulidas del salón, mezclándose con el vino derramado, como si ambos líquidos disputaran cuál dominaba la escena: —¡A mí, conmigo! ¡Proteged al señor! —bramó Lazkel, su voz retumbando por encima del estruendo. —Buscando con la mirada a los guardias que los acompañaban.
Pero incluso mientras algunos guardias respondían a su llamado, otros parecían dudar. Algunos no se movían. Otros se alejaban… y uno más clavó una lanza en el pecho de un mozo desarmado que huía, provocando una nueva oleada de gritos. Ante lo cual Nymia, atónita, había retrocedido instintivamente, resguardándose tras una columna, con los ojos bien abiertos. Todo su cuerpo temblaba, no de miedo, sino de incredulidad. Esa historia, pensó. Esa escena de traición no leída en un libro, sino vivida.
—¡Mi señor! —Lazkel sujetó a Andreus del brazo sano, tirando de él hacia una de las columnas cercanas en lo que escuchaba el gemido de dolor que soltaba ante tal movimiento.
Mientras una figura encapuchada descendía del segundo piso, ligera como una sombra entre los tapices hasta llegar a Calveth quien al verla intento huir, solo para ser tomado de la capa y lanzado al suelo antes de que el atacante terminara con su vida mientras gritaba. No era el único. Del otro lado del salón, otro encapuchado se deslizaba entre los invitados como un cazador entre cañas, con la mirada fija en el punto donde Andreus y Lazkel se replegaban. El brillo de sus hojas cortas, gemelas y curvas, se asomaba con cada paso, cada movimiento medido. Pocos eran los nobles que notaban las figuras, en un intento de huir del baile, pero la puerta estaba cerrada y varios guardias extranjeros comenzaban a entrar por donde los sirvientes habían salido, comenzado un combate con la propia guardia que no sabía distinguir entre aliados o enemigos, llegando a atacar nobles, mozos soldados por igual.
—Nos rodean —masculló Lazkel, ya con la espada empapada y los ojos fijos en los atacantes que se acercaban. La herida en el hombro de Andreus manaba sangre lentamente, pero el gobernante mantenía el rostro tenso, firme, casi desafiante.
—¿Cuántos?
—Dos... quizá más. Pero estos no son improvisados.
Como si respondieran a su juicio, ambos asesinos avanzaron al mismo tiempo, uno desde las escaleras, otro desde el suelo. Lazkel mantuvo la mirada fija en el más cercano, en quien recorría el salón hasta su dirección; espero al momento que estuviera para estar tan cerca que lanzo el primer tajo al asesino, pero este dio una vuelta sobre si, igual que un baile, acortando la distancia entre ambos, antes de lanzar un ataque en el pecho del soldado quien, al intentar retroceder, termino notando como la cuchilla termino alojándose en su pierna. — ¡Hijo de mil putas! — Grito al sentir el dolor. El asesino intento recuperar la hoja, pero el soldado se lo impidió con un tajo, que llego apartarlo.
Nymia incapaz de saber que hacer, termino separándose de la columna y corriendo detrás de ellos hasta ocultarse bajo una mesa, ignorando por completo sus pensamientos o cuanto la rodeaba, incluso, sin darse cuenta de cómo llego a tirar el candelabro cercano a la ventana. Andreus alzó el candelabro como si fuera una lanza, apartando las velas aún encendidas. A sus espaldas, el entrechocar del acero entre Lazkel y su adversario llenaba el aire de ecos metálicos y jadeos entrecortados. Entonces, el segundo ejecutor llegó. El primero de sus ataques fue rápido, directo al pecho del noble. Andreus reaccionó con lo primero que tenía: arrancó una vela encendida del candelabro y se la arrojó al rostro. Haciendo que el asesino la cortara en pleno vuelo con una de sus cuchillas y sin perder el impulso, volvió a cargar.
Ambas sombras se movían igual que espectros. Siendo difícil seguirles el paso, las túnicas negras con tonos rojizos ceñidos a sus cuerpos, les hacían moverse con plena libertad. Cada golpe, paso y movimiento era igual de ágil, obligando al noble a seguirle el paso en una danza de atacar con cualquier cosa que tuviera a la mano para luego retroceder, en la medida que su respiración ardía y la herida continuaba sangrando.
El brazo derecho no le respondía. La puñalada lo había dejado colgando como si ya no le perteneciera, y el dolor pulsaba en su hombro con cada latido. No podía blandir una espada, y ni siquiera tenía una encima. En un segundo de respiro, le parecía irónico que su muerte llegaría por falta de precaución. En un movimiento, el asesino termino por empujarlo contra la pared, amortiguando el golpe parte del grosor de las cortinas.
El asesino avanzaba con calma. Su paso era seguro, casi paciente. La máscara negra le ocultaba el rostro por completo, salvo los ojos. Eran pálidos, inhumanos de un tono gris plata, como los de un pez que ha crecido en la profundidad. Y en el centro del pecho, prendido con precisión sobre la túnica, brillaba un pequeño emblema: una luna hendida por una daga vertical. El símbolo parecía absorber la luz en lugar de reflejarla.
Intento levantarse, solo para resbalarse ligeramente sobre el mármol teñido, y al tantear con la mano libre, sintió el pesado tejido de las cortinas a su lado. Su mirada se desvió apenas un segundo hacia la base del candelabro derribado: una vela aún chisporroteaba débilmente sobre la alfombra. Entonces el asesino cargó, junto al destello de su acero, obligando al noble a lanzarse a un lado, cayendo torpemente sobre el brazo herido, provocándole un fuerte dolor. El asesino rasgó la cortina para liberar su arma, pero el tejido cayó sobre Andreus, quien lo aferró con todas sus fuerzas, jalándolo en un intento desesperado, provocando que la totalidad de la cortina cayera sobre el asesino, abrazándolo con su peso y llegando ahogarlo, haciendo que el ejecutor comenzara a cortarlo en un intento de liberarse.
Con un gesto desesperado, continúo arrastrándose hasta el candelabro, quemándose los dedos con la cera de esta misma y con una sacudida temblorosa, la arrojo. Él fuego prendió con hambre, anhelante de consumir cuanto pudiera, extendiéndose en todos los alrededores de la cortina. Y moviéndose al son de la desesperacion de quien se encontraba en su interior, haciendo que la imagen de una bailarina emergiera en la mente de Andreus, al observar los movimientos. Llego un momento en que el hombre llego a liberar una mano por uno de los cortes, haciendo que la imagen de como las llamas habían devorado la tela, luego la piel, junto a un olor nauseabundo que comenzaba a desprenderse.
Si alguna vez había sentido miedo el señor de Agatha, nunca se había comparado con la ausencia de gritos o lamentos que provenía de aquella sombra. Una falta total de humanidad llego a pensar al continuar observándolo hasta que cayó al suelo y las llamas continuaron con su festín. Del otro lado del salón, la música se había convertido en eco de metal contra metal. Los nobles corrían sin dirección, tropezando entre copas rotas y mozos muertos. Y allí, entre columnas, sangre y confusión, Lazkel luchaba por mantenerse en pie. Alejando cuanto podía al ejecutor.
Su oponente era una imagen reflejada del primero. Misma túnica negro carmesí. Mismo paso silencioso. Pero este no usaba una tela para cubrir su rostro, sino una máscara con forma de cráneo esquelética, que cubría hasta la nariz, dejando una su boca al descubierto. Enseñando unos labios pálidos, repletos de cicatrices y una piel aún más blanca. Que no llegaba a mostrar reacción alguna ante cada uno de sus movimientos.
Lazkel jadeaba, herido. La pierna sangraba por el tajo mal defendido. El brazo colgaba tras un golpe seco en la articulación. La espada, apenas firme. Cada choque con el asesino era como enfrentarse al peso del silencio. No decía nada, no vacilaba. Se movía como una sombra entrenada para matar y nada más. Intento una finta para apartarlo, pero aquella cosa no la mordió.
Un golpe le abrió el costado. Lazkel cayó sobre una rodilla, pero no soltó la espada. Apretó los dientes, escupió sangre, y volvió a levantarse justo cuando el asesino giraba hacia Andreus. Ignorando por completo el baile entre ambos. Andreus se levantó con dificultad, observando a la muerte que venía por él. El ejecutor avanzó con una precisión gélida, la hoja gemela brillando como un susurro premonitorio. Casi hasta podía escucharlo susurrar su nombre.
Andreus apenas tuvo tiempo de alzar un candelabro. Sosteniéndolo igual que una lanza. Una pesada y ornamentada. Que se empeñó en usar para mantener la distancia entre ambos, aun si llegaba a golpearlo, el impacto no llego a detenerlo, solo lo frenaba en la medida que seguía avanzando. Lanzo el siguiente golpe con el candelabro, pero la sombra lo esquivo en un movimiento ágil, acerándose tanto al costado de Andreus que su hoja curva lo mordió, hundiéndose cuanto pudo. Provocando un gruñido en él, pero no se dejó vencer, en cambio tomo la cercanía para tomarle del brazo y haciendo uso de su peso recién adquirido lanzarse con él al suelo. Escuchando el sonido del crujir de los huesos, del quiebre de ambos.
El asesino se apartó en cuanto pudo, con el brazo colgando, buscando su segunda cuchilla solo para encontrarse con Lazkel de pie, quien con la aparto con su pierna, provocando un el chillido del arma al recorrer el suelo. El asesino intento ponerse de pie, solo para ser golpeado por la empuñadura de la espada del guardaespaldas, provocando un fuerte sonido producto de su cabeza al golpear el suelo. Dejando caer un símbolo de una luna con un puñal entre medio. Lazkel alzo la espada para asegurarse que hubiera recibido su final, solo para detenerse en cuanto escucho los gritos de Nymia.
— ¡Quédese conmigo mi señor! — Gritaba la erudita mientras sostenía a Andreus entre brazos. Observando alrededor a cualquier que pudiera brindarles ayuda. Llamando en gritos a cualquiera que pudiera salvarlo.
El gobernante ya no respondía. Su rostro estaba cubierto de sangre, los ojos entrecerrados, el cuerpo apenas temblaba. Lazkel se acercó, cojeando, la espada aún en mano. Observó la herida en su costado y hombro, luego alzó la vista. El salón, otrora símbolo de grandeza, era ahora una escena de horror: cadáveres esparcidos, sangre entre los tapices, y una pequeña pira que ardía al fondo, iluminando todo con un resplandor funerario.
—No te atrevas —susurró Nymia, más para el destino que para alguien en la sala—. No te atrevas a morir ahora. No te lo lleves. — Llego a poner su cabeza sobre la de él, a medida que las lágrimas brotaban, sintiendo la débil respiración del gobernante.

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